jueves, 3 de mayo de 2012

Epílogo 

1442 

a las noches de pesadilla le sucedían días infernales. 

de" la casa de la loca", como ya llamaban sus vecinos al hogar de Azalía, solo salían gritos escalofriantes, aullidos aterradores. 

El espectro del viejo Sholomón, con la cabeza sangrante y el del rubio flamenco cubierto de pústulas purulentas se turnaban para atormentar la fragil psique de azalía. 

Ni de noche ni de día daban descanso a la mujer. 

Desde que dio a luz a su hija las visitas de estos espectros se hicieron continuas. Azalía trataba de huir de ellos, pero era imposible. Avanzaban hacia ella sin ninguna tregua culpándola de sus tristes destinos. 

Una noche, La hebrea no pudo soportarlo más y con la razón totalmente desquiciada, cogió a la niña, a la que hacía responsable de todos sus males, abandonó la casa de la aljama, adentrándose en la Sierra de María, como se llama el monte Bilbilitano, para nunca más volver. 

Allí, en la espesura del bosque, se deshizo Azalía de sus fantasmas, y por eso jamás volvió a la civilización. 

Allí educo a su hija, a la que jamás mostró aprecio ni cariño, aunque de alguna manera protegió, haciéndola creer su nieta, y apartándola de sus raíces hebreas, enseñándola a leer y a comportarse, preparándola, quizá para que Ardelia, un día fuera la mujer libre, fuerte y feliz que ella jamás había conseguido ser.

martes, 1 de mayo de 2012


Cap XVI

Los días siguientes fueron tremendamente ajetreados. Don Sancho y yo  pasamos horas y horas hablando largamente.
Me intrigaba la relación que unía a Don Sancho con mi madre. ¿Qué podían tener en común un alto cargo del gobierno del consejo de la Mesta, Consejero privado de la Corona,  de Noble de cuna y rancia estirpe,  amén de Aristótélico viejo, con la bella esposa de un anciano Cambista Hebreo? Y debía ser una relación estrecha e íntima ya que Sancho conocía detalles de la vida de mi madre que estaban enclavados en el ámbito de lo privadísimo, cosas que solo una amiga o un amante sabrían.
Don Sancho era consciente de que esa sombra planeaba sobre la historia de mi madre y tubo a bien  despejármela sin ponerme en el brete de tener que preguntar.
Me relató, no sin antes hacerme jurar que nunca revelaría esta información,  como cierto día que Había acudido a casa del Hebreo a tratar asuntos de negocios acompañado de un “joven amigo”. En un momento dado en el que el Cambista se ausentó para buscar unos legajos, Azalía, involuntariamente sorprendió una discusión entre ambos varones, que descubrió la íntima relación que los unía. El joven se marchó precipitadamente y Sancho abrió su corazón a la Hebrea, que desde aquel instante se convirtió en su confidente y amiga más allegada.
Había recibido mi herencia. Era una mujer de alta posición y saneada economía. Hoy iba a conocer la hacienda “el Hereje”, que sería mi residencia en Valladolid, y en días posteriores viajaría hasta Burgos para poner en orden mi casa en la Capital.
Empezaba para mi una nueva vida. Ahora sabía quien era, de donde Venía y el futuro se abría ante mi esplendoroso. Algunas sombras se cernían todavía sobre la historia de Azalía, mi madre, pero eran sucesos que solo ella podía iluminar, y ella, ya no estaba conmigo.

jueves, 26 de abril de 2012


CAP XV

Febrero 1442

Ya era noche cerrada cuando la Aldaba de la casa de Abenfayá resonó en la oscuridad. Ruth, la doncella abrió la puerta con precaución.

¿Quien llama a estas horas?

Mi nombre no te interesa, dijo la mujer envuelta en un manto rojo oscuro al tiempo que empujaba la puerta, entrando en el angosto zaguán.

Un penetrante aroma almizclado inundó la entrada.

La mujer, sin retirarse el manto de la cara, pidió a la doncella que la condujera ante la Señora Azalía Abenfayá.

Tu Ama me espera.

Avisaré a mi señora, permanezca aquí, dijo Ruth con desconfianza,
Dirigiéndose hacia el interior de la casa, y apareciendo en breves instantes.

La señora la recibirá, sígame.

La doncella guió a la misteriosa mujer hacia la sala de la casa del difunto cambista, donde Azalía, que ya contaba siete meses de gestación esperaba a la mujer sentada tras la mesa del que fue despacho de su esposo.

Sal y cierra la puerta, Ruth. Debo hablar con la señorita.

La doncella salió con evidente gesto de desprecio hacia la mujer.

Toma asiento, dijo Azalía.

La visitante se desprendió del manto que la cubría, dejando al descubierto su extraordinaria belleza

Era una mujer joven, de unos 25 años de edad, con larga melena suelta y rostro angelical, cuerpo redondeado en las caderas, estrecho en la cintura y de voluptuoso pecho. La clase de hembra podía volver loco a cualquier hombre.

El trabajo está hecho. El infeliz no duró más de una semana. Su cuerpo reposa inerte en la cripta de San Pablo, creo que su padre se lo va a llevar hasta las tierras de Flandes. El acento de la mujer era cantarino y ceceante, como de las tierras del Sur.

Azalía se inclinó hacia la mujer.

¿Estás segura?

Como que algún día debo morir. Dijo la mujer con convencimiento.

Espero que no te haya sido muy molesto el trabajo. dijo Azalía con duro gesto en el rostro.

El caballero era muy apuesto. No fué ningún sacrificio yacer con él. Como me indicó, lo encontré en la ciudad de Valladolid, y fue muy fácil llegar hasta él. En cuanto sus ojos se posaron en mi, deseó mi cuerpo y pagó lo que le pedí por mis servicios,( que no fueron baratos), con agrado.



Y ahora vas a cobrar tu verdadero salario. El de una asesina que mata a sus víctimas sin dagas ni espadas.

En el pecado va la penitencia, señora. Dijo Juana Contreras, y mis “poderes” le han sido muy útiles a muchas gentes principales, como ahora a usted.

Cuando la rabia le comía por dentro, la impotencia de saber que Laurent de Merode campaba alegre por el mundo sin castigo ni condena, empezó a madurar en la mente de Azalía la idea de acabar con su vida, y elucubrando con la mejor manera a su alcance, recordó aquel cliente de Sholomón que le contó de una bellísima mujer que inmune a la enfermedad, sí era capaz de transmitirla a todo varón que con ella yaciera.

¿Sabes si ha sufrido? preguntó Azalía.

Como un perro dicen que gritaba, lleno de pústulas malolientes por todo el cuerpo e incluso dentro de su garganta, hasta que expiró ahogado en su propia sangre.

Has cumplido, Juana, aquí tienes el pago de tu trabajo. Te lo mereces, dijo Azalía.

La mujer sopesó sonriente, el saquito lleno de monedas, en las que habían valorado la vida del Flamenco.

Tengo un hijo que vive con mi madre en Cádiz, donde nací. Es mi intención abrir una posada en mi tierra, y retirarme de este “negocio" .Quizá así el Altísimo perdone mis pecados y me dé un sitio a su lado el día del Juicio final.

Ve con El Juana. Lo que has hecho ha sido Justicia, y eso no es ningún pecado.

La mujer salió de la estancia, envuelta en su manto rojo y dejando tras ella el penetrante aroma a almizcle que la precedía.

Aquella noche, la figura del rubio, llena de pústulas supurantes, visitó por primera vez los sueños de Azalía, tan real y amenazante como aquella noche infausta de hacía siete meses.

CAP XIV
Entre exquisitos bocados de perdiz escabechada, un pan tan blanco como nunca antes había degustado, y regado todo con exquisito vino de la tierra, la noche se alargó hasta la madrugada y la historia de mi familia, mi historia, se reveló ante mis ojos nítida y sorprendente.

La que yo creía mi abuela Leonor era realmente mi madre, Azalía Ben Shajar, viuda de uno de los cambistas hebreos más ricos de Zaragoza. Mi padre, un hombre despreciable, que la ultrajó y mató a su marido se llamaba Laurent, hijo de Claude de Merode, un acaudalado comerciante en paños flamenco, el cual era cliente del cambista Hebreo y amigo de Don Sancho Hernández de Lizarra.
Mi madre, Azalía, amiga también de Don Sancho, tenía ya una edad avanzada cuando el de Merode la forzó, dejándola preñada y viuda.
Lo arregló todo antes de mi nacimiento para desaparecer del mundo como Azalía y resurgir después como Leonor, viuda acaudalada y cristiana vieja, pero en los días posteriores a mi nacimiento su rastro y por consiguiente el mío se perdió en la Aljama de Calatayud, en su casa natal, siendo infructuosas las búsquedas que llevaron a cabo Don Sancho y mi Abuelo, que viajó a Castilla alarmado por las cartas de Azalía, y del propio Sancho.

Cuando Claude y Sancho llegaron a la casa de Calatayud buscando a Azalía y a su hija, los vecinos les dijeron que la mujer que allí habitaba, había desaparecido de un día para otro como si de magia se tratara. Nos buscaron intensamente por toda la zona sin ningún resultado, dándonos finalmente por muertas.
Mi abuelo, sin querer dar a su nieta por perdida totalmente y aferrándose a una carta en la que Azalía le prometía que conocería a su nieta antes o después, dejó recado en la Aljama de Zaragoza, recado que al final, y por esos albures del destino llegó a fructificar.

Y mi padre ¿ Vive? Pregunté

No, tu padre murió pocas semanas antes de tu nacimiento, aquí en mi casa, y tu abuelo Claude nos dejó hace solo dos años, aquejado de una larga y penosa enfermedad. Murió en su casa de Ypres, rodeado de tus tías y de su segunda esposa.



Pero mi padre era muy joven, ¿de que murió?

Unas extrañas fiebres acabaron con el en apenas tres dias, Claude, tu abuelo, se llevó el cuerpo a su país para darle allí sepultura.

¿Entonces, no me queda en estos reinos familia alguna?, dije apesadumbrada.

Lamentablemente no, a menos que no quieras considerarme a mí como tal, que estoy tan solo en este mundo como tú, querida. Pero no todo iban a ser malas noticias. Ahora tengo que entregarte la herencia que tu madre, mi añorada Azalía te legó

¿Herencia?, mi madre vivió toda su vida en un chozo en el monte. ¿Qué pudo dejarme?

Esa huída al monte que me has relatado, es algo que no alcanzo a entender, a no ser que la desdichada perdiera la razón cuando tú naciste. Dijo el anciano casi para sí mismo.

Como te he explicado, tu abuelo Claude le compró casi todas sus propiedades y negocios, heredados del cambista, y el montante de esa compra ha sido invertido por mí, como albacea de tu madre, todos estos años, consiguiendo buenos beneficios.

Don Sancho hizo una pausa para refrescar la garganta con un buen trago de vino y continuó.

Todo eso es tuyo, y te aseguro que es una cantidad que te hace una mujer rica. Además de la casa de Calatayud que ya conoces, dispones de una casa palacio en Burgos y una explotación vinícola aquí en Valladolid, que sigue estando a pleno rendimiento, se llama “hacienda El Hereje” y los caldos que salen de sus bodegas son de los mas apreciados por los nobles del Reino y de los Reinos adyacentes. Somos proveedores incluso de la Casa Real, bueno, tú lo eres ya que eres tú la legítima propietaria.

Me pareció que no había oído bien, e interrogué al anciano con la mirada

¿Una mujer rica?, ¿yo? murmuro, apenas consigo creer que estas palabras se refieran a mi, ni aunque salgan de la boca de uno de los nobles más principales del Reino.

Don Sancho se dio cuenta de la confusión y el cansancio que reflejaban mi rostro y mis palabras, y dio por zanjada la madrugada de revelaciones y secretos.

Es muy tarde, en pocas horas amanecerá, y han sido demasiadas las emociones vividas hoy, querida niña. Debemos retirarnos a descansar, mañana seguiremos hablando y poniendo al día todos tus asuntos.

Don Sancho agitó una campanilla, apareciendo de inmediato un somnoliento lacayo.

Acompaña a la dama a la habitación de invitados que han preparado para ella y acomoda a su sirvienta con las doncellas. El joven se quedó parado en el sitio. No esperaba esa orden de su amo, más afín a alojar caballeros de gentil figura que a damas tan bellas como esta.

No se que os pasa a todos hoy, bramó Don Sancho al ver que el joven permanecía inmovil, haz lo que te digo con presteza.

El sirviente salió de su confusión de inmediato y me indicó el camino hasta los aposentos que Don Sancho me había asignado.

Ve con él, Ardelia, y descansa. Mañana empieza tu nueva vida y yo te ayudaré en todo lo que necesites. Así se lo prometí a tu abuelo y a tu madre y así lo cumpliré.

El lacayo alumbraba el camino con una lámpara, y yo le seguía casi sin darme cuenta, inmersa en el maregmanum de sensaciones y sentimientos despertados por el relato de Son Sancho

CAP XIII
Un sirviente de la casa de Arriaga se acercó y respetuosamente se ofreció a guardar mis pertenencias. Con gesto pausado me desprendí del manto azul que cubría mis hombros, siendo recogido cuidadosamente por el lacayo, que abrió acto seguido la pequeña puerta de madera oscura, con los típicos cuarterones castellanos que daba paso al despacho de Don Sancho.

Avancé unos pasos en el interior de la estancia, hacia el anciano que se encontraba sentado frente a la chimenea, con la pierna derecha apoyada en un rojo escabel, cuando llegue frente a él me incliné haciendo la genuflexión de rigor.

Excelencia, exclamé con la mirada en el suelo encerado.

Eres la viva imagen de tu madre, me dijo el hombre con voz grave pero afectuosa, acércate.



Presta y decidida me aproximé al voluminoso noble, que contaba unos 60 años de edad, pelo escaso y blanco pero con unos vivos ojos castaños que denotaban inteligencia y agudeza. Me cogió de la mano y mirando mi rostro fijamente añadió.

Disculpa que no me levante, pero sufro del mal de la Gota y hoy particularmente me tiene postrado en este sillón, sin que mis galenos sepan como aliviarme. Siéntate aquí conmigo querida, tenemos mucho que hablar, dijo señalando un escabel gemelo del que sostenía su pierna enferma.

La cara y el pelo son sin duda idénticos a los de tu desdichada madre, pero los ojos son azules como los de Laurent y el porte y el aire de confianza en ti misma son los de tu Abuelo, mi buen amigo Claude. Azalía, tu madre jamás fue feliz, y siempre un velo de tristeza ensombreció su angelical rostro.

Al oir esas palabras, llamar por sus nombres, hasta ahora desconocidos a personas de mi familia, mi fortaleza y templaza se derrumbaron, y caí en el escabel como caían las lágrimas por mi rostro.

No llores criatura, dijo don Sancho enjuagando con un pañuelo cuajado de puntillas mi cara. Creo que a partir de ahora nada tendrás que temer. Cuéntame que ha sido de tu vida hasta este día.

Reconfortada por las palabras del de Arriaga, relaté de una vez lo que había sido mi vida hasta ahora. Mi vida aislada en el campo junto a mi Abuela Leonor, como esta había fallecido y como dejé Calatayud para ir a la capital donde un mensaje recogido en la Aljama de Zaragoza cambió mi vida y me llevó hasta aquel Palacio de Valladolid.

Don Sancho asentía con la cabeza a medida que yo le relataba mis visicitudes, fruncía el ceño o sonreía según el relato se tornara.

Y eso es todo hasta hoy, que las palabras de aquel mensaje me trajeron ante la presencia de usted. Dije cuando terminé mi relato

Es mucho lo que yo tengo que contarte, querida, así que pediré que nos traigan la cena aquí. ¿no te importa tomar un refrigerio informal aunque sea en este mismo despacho?.

Lo único que ansío es que la verdad de mi vida y mi familia me sea revelada sin tardanza. Tengo que saber quien soy ya que sospecho que nada de lo que yo había dado por sentado es cierto.

Tienes mucha razón, dijo Don Sancho, y aunque es posible que haya partes de tu historia que todavía queden en la penumbra, trataré de aportar el máximo de luz posible, pero ahora cenemos, nos espera una larga noche


CAP XIII

El  atardecer arrancaba destellos grana en la fachada del Palacio de Arriaga, de ladrillo rojo y piedra caliza. Su famosa ventana esquinada, adornada con el blasón de los Hernández de Lizarra, vigilaba orgullosa el magnífico retablo petreo de la iglesia Conventual de San Pablo, que daba nombre a la plaza.



Junto al fuego de la chimenea de su despacho, que entibiaba la tarde de Abril, todavía fresca en Pucela, don Sancho pasaba las horas de su dorado retiro escribiendo con cuidadosa caligrafía y exquisitos dibujos su propia copia del Cantar del Mio Cid. La meticulosidad, el colorido y la historia misma relajaban su espíritu y mente.
La Afrenta de Corpes le tenía totalmente abstraído  frente a su escribanía cuando la puerta del despacho se abrió y un sirviente entró en el despacho.
Con la venia de su excelencia, el joven y apuesto sirviente, como lo eran todos los lacayos de la casa de Arriaga, llamó la atención de su señor tímidamente.
Espero que el rey no necesite mi consejo hoy, dijo  con su voz de Trueno el Antiguo Presidente del Real Concejo de Ganaderos de la Mesta de Castilla. La gota me está matando.
El soldado Rogelio viene con un mensaje, dice que procede de un huésped de la  Posada de Bifrost.
¿Bifrost?, que querrán de mí desde ese nido de impíos?, Hazlo pasar.

El sirviente salió de la sala inclinado la cabeza, y Rogelio entró acto seguido.
Excelencia, dijo el anciano saludando respetuosamente.
Menos reverencias, viejo truhan , que a solas podemos prescindir de protocolos.

Nobleza obliga, Sancho, dijo el soldado sonriendo.
Acércate y toma unos dulces que me acaban de subir para la merienda.
Rogelio frunció el ceño.
Regados con un buen vino de mi hacienda de Sábada, por supuesto, rio don Sancho.
No te lo voy a despreciar, pero antes te hago entrega de la misiva que me ha traído a tu casa, dijo el pucelano, poniendo sobre la mesa el pergamino lacrado.
No acierto a imaginar que querrá de un viejo caduco como tú y ajeno además a todo lo que huela a hembra, una joven tan exquisita como la que me lo ha encomendado, dijo el soldado catando un rollito de masa frito en miel.
Si se aloja en Bifrost, no será tan exquisita, opinó el de Arriaga.
Sancho cogió en sus manos el pergamino y al ir a romper el sello se percató del dibujo marcado en el rojo lacre.
Rogelio observó, mientras paladeaba el vino joven y afrutado, como el gesto del Consejero Real se torcía y su cara cambiaba de color a medida que leía el mensaje.
Malas noticias?, preguntó el pucelano.
Cuando terminó la lectura del breve mensaje , la voz del de Arriaga volvió a tronar .
Rogelio, has de volver raudo a Bifrost y traer aquí a esa joven, no puede estar ni un minuto más en semejante establecimiento. Se alojará en mi casa hasta que se resuelva su futuro.

¿Alojarse en tu casa?, el soldado se atragantó con el vino, ¿Aquí?

¿Donde si no?, no seas indiscreto y haz lo que te digo con diligencia. Se te compensará generosamente. Ve raudo, uno de mis sirvientes te acompañará por si la dama trae exceso de equipaje.
Sin más preguntas, Rogelio salió tan rápido como sus añosas piernas le permitieron, pensando que jamás una mujer, desde que la madre de don Sancho, doña Mecía falleció, se había alojado bajo el techo de Arriaga.
Cuando quedó solo, el anciano releyó incrédulo el exiguo mensaje, lacrado con el sello de su amigo de Merode.

Al Señor de Arriaga, don Sancho  Hernández de Lizarra
Un mensaje llegó  a mis manos hace poco más de un mes, aunque su autor  lo escribió hace más de 20 años. En el encomendaba mi suerte y mi fortuna a usted, don Sancho, que ni me conoce y al que no conozco. Solo espero que mi nombre le sea más familiar a usted que a mí el suyo. Me llamo   Ardelia de Merode, y el hombre que escribió la misiva fue, o en ella dice ser, mi abuelo Claude.
Espero sus noticias expectante.

Nunca tan pocas líneas causaron tanta conmoción en el espíritu de Sancho, y trajeron a la memoria de este, sucesos y sensaciones olvidadas, ocurridas en años pasados, tan vívidas y frescas como si hubieran sucedido el día anterior.

miércoles, 25 de abril de 2012


CAP XII

Luisa rezongaba cada vez más. Nunca había salido de Zaragoza y se quejaba por todo lo referente al viaje. No parecía más que hubiera estado toda su vida viviendo en un Palacio en vez de una mísera habitación alquilada. Todo le molestaba, y el parloteo continuo de su criada lamentándose tanto si hacía sol como si estaba nublado hacía que Ardelia no pudiera más.

Estaba pensando seriamente en abandonarla en cualquier recodo del camino, cuando finalmente llegaron al final de su viaje.

Valladolid por fin se abría ante los ojos de las dos mujeres, con su febril actividad.

Un viejo soldado con el que hicieron el último tramo del camino, les contó que había estado luchando en sus años mozos junto a la legendaria Doncella de Orleans, allende los pirineos, con un centenar de soldados procedentes como él de Valladolid, y que debido a esto les decían los Pucelanos, derivando de como nombraban los franceses a la santa soldado, le Pucelle. Según el anciano, así se conocería pronto a su ciudad, Pucela.

Cuentos de viejos, dijo Luisa, Valladolid nunca será llamada de otro modo, ¿Pucela? Que tontería.

                                                     Juana de Arco," le Pucelle"


Pasaron frente al Convento de San Pablo, que estaba en Obras, aunque ya podía verse la imponente fachada gótica que sería con el tiempo santo y seña de la ciudad, con sus dos campanarios gemelos que repicaban alegres. En esa misma plaza, el Palacio Real y las dependencias Oficiales congregaban un gran número de persona, funcionarios, mendicantes, campesinos, nobles y gentes de toda ralea pululaban por la plaza.

El soldado, que dijo llamarse Rogelio, les condujo hacia una posada, que a Luisa no le produjo buena impresión, a juzgar por el gesto de desagrado que adornó su cara cuando entraron en el establecimiento. El local, oscuro y con peculiares adornos en las paredes parecía más una taberna soldadesca que un alojamiento decente, pero Ardelia estaba demasiado agotada, necesitaba descansar y lo más importante, hacer llegar a su destino una importante misiva que hacía días que había escrito, con lo que se sentaron en una mesa y pidieron algo de comer.

Al poco tiempo, después de haber saciado su hambre, Luisa daba cabezadas en la silla y unos ronquidos que pasaban de livianos a profundos por momentos denotaban que Morfeo la había acogido en sus brazos.

Ardelia se levantó, buscando alguien que pudiera hacer llegar su misiva, dejando que Luisa descansara, al menos cuando dormía cesaba su estridente parloteo.

Salió al exterior y vió que el Pucelano Roger, como el soldado les había dicho que era conocido en Valladolid, dormitaba al sol, sentado en un pequeño banco de madera. Sin querer molestarlo se apoyó en la pared para disfrutar ella también de los primeros rayos de sol de la primavera.

¿Busca algo la damita? Dijo Roger, sin alzar la mirada.

Vaya, usted perdone, maese Roger, quizá he alterado su descanso.

no me molestas criatura. Con la barriga vacía no se descansa bien, y en las tabernas de Pucela hace tiempo que no fian a este viejo soldado.

¿Pero no ha comido usted?, pase, y coma algo, estaré encantada de invitarle.

Roger el Pucelano, no acepta limosnas, dijó el anciano indignado.

Perdone, no quise ofenderle… Ardelia pensó un momento, aunque no sería limosna si luego usted hiciera un recado para mí, llevar un mensaje a la casa del Señor de Arriaga, lo conoce vuesa merced?

Por supuesto, Don Sancho es un hombre muy principal en Valladolid y en todo el Reino, y ciertamente, en alguna ocasión he hecho trabajos para él.
trabajos no muy edificantes, por cierto, pensó el soldado.

Pues no se hable más, pase usted a la taberna, coma algo de Pan, beba un poco de vino (Ardelia pensó que quizá sería algo más de un poco), y vaya usted a la casa de Don Sancho. Este es el mensaje que debe entregarle.

Ardelia le alargó un pergamino enrollado, lacrado con el sello de su Abuelo, que el anciano introdujo en su zurrón.

El veterano y la doncella, se encaminaron hacia el interior de la taberna, cediendo gentilmente Roger el paso a la dama, como haría todo Hidalgo Castellano que mereciera ese nombre.

Luisa seguía dormitando, ahora entre estentóreos ronquidos.

O  hablaba en demasía o roncaba en exceso. Ni despierta ni dormida tenía Luisa medida de lo correcto.