jueves, 26 de abril de 2012


CAP XIII
Un sirviente de la casa de Arriaga se acercó y respetuosamente se ofreció a guardar mis pertenencias. Con gesto pausado me desprendí del manto azul que cubría mis hombros, siendo recogido cuidadosamente por el lacayo, que abrió acto seguido la pequeña puerta de madera oscura, con los típicos cuarterones castellanos que daba paso al despacho de Don Sancho.

Avancé unos pasos en el interior de la estancia, hacia el anciano que se encontraba sentado frente a la chimenea, con la pierna derecha apoyada en un rojo escabel, cuando llegue frente a él me incliné haciendo la genuflexión de rigor.

Excelencia, exclamé con la mirada en el suelo encerado.

Eres la viva imagen de tu madre, me dijo el hombre con voz grave pero afectuosa, acércate.



Presta y decidida me aproximé al voluminoso noble, que contaba unos 60 años de edad, pelo escaso y blanco pero con unos vivos ojos castaños que denotaban inteligencia y agudeza. Me cogió de la mano y mirando mi rostro fijamente añadió.

Disculpa que no me levante, pero sufro del mal de la Gota y hoy particularmente me tiene postrado en este sillón, sin que mis galenos sepan como aliviarme. Siéntate aquí conmigo querida, tenemos mucho que hablar, dijo señalando un escabel gemelo del que sostenía su pierna enferma.

La cara y el pelo son sin duda idénticos a los de tu desdichada madre, pero los ojos son azules como los de Laurent y el porte y el aire de confianza en ti misma son los de tu Abuelo, mi buen amigo Claude. Azalía, tu madre jamás fue feliz, y siempre un velo de tristeza ensombreció su angelical rostro.

Al oir esas palabras, llamar por sus nombres, hasta ahora desconocidos a personas de mi familia, mi fortaleza y templaza se derrumbaron, y caí en el escabel como caían las lágrimas por mi rostro.

No llores criatura, dijo don Sancho enjuagando con un pañuelo cuajado de puntillas mi cara. Creo que a partir de ahora nada tendrás que temer. Cuéntame que ha sido de tu vida hasta este día.

Reconfortada por las palabras del de Arriaga, relaté de una vez lo que había sido mi vida hasta ahora. Mi vida aislada en el campo junto a mi Abuela Leonor, como esta había fallecido y como dejé Calatayud para ir a la capital donde un mensaje recogido en la Aljama de Zaragoza cambió mi vida y me llevó hasta aquel Palacio de Valladolid.

Don Sancho asentía con la cabeza a medida que yo le relataba mis visicitudes, fruncía el ceño o sonreía según el relato se tornara.

Y eso es todo hasta hoy, que las palabras de aquel mensaje me trajeron ante la presencia de usted. Dije cuando terminé mi relato

Es mucho lo que yo tengo que contarte, querida, así que pediré que nos traigan la cena aquí. ¿no te importa tomar un refrigerio informal aunque sea en este mismo despacho?.

Lo único que ansío es que la verdad de mi vida y mi familia me sea revelada sin tardanza. Tengo que saber quien soy ya que sospecho que nada de lo que yo había dado por sentado es cierto.

Tienes mucha razón, dijo Don Sancho, y aunque es posible que haya partes de tu historia que todavía queden en la penumbra, trataré de aportar el máximo de luz posible, pero ahora cenemos, nos espera una larga noche

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