CAP XIII
Un sirviente de la casa de Arriaga se acercó
y respetuosamente se ofreció a guardar mis pertenencias. Con gesto pausado me
desprendí del manto azul que cubría mis hombros, siendo recogido cuidadosamente
por el lacayo, que abrió acto seguido la pequeña puerta de madera oscura, con
los típicos cuarterones castellanos que daba paso al despacho de Don Sancho.
Avancé unos pasos en el interior de la
estancia, hacia el anciano que se encontraba sentado frente a la chimenea, con
la pierna derecha apoyada en un rojo escabel, cuando llegue frente a él me
incliné haciendo la genuflexión de rigor.
Excelencia, exclamé con la mirada en el suelo
encerado.
Eres la viva imagen de tu madre, me dijo el
hombre con voz grave pero afectuosa, acércate.
Presta y decidida me aproximé al voluminoso
noble, que contaba unos 60 años de edad, pelo escaso y blanco pero con unos
vivos ojos castaños que denotaban inteligencia y agudeza. Me cogió de la mano y
mirando mi rostro fijamente añadió.
Disculpa que no me levante, pero sufro del
mal de la Gota y hoy particularmente me tiene postrado en este sillón, sin que
mis galenos sepan como aliviarme. Siéntate aquí conmigo querida, tenemos mucho
que hablar, dijo señalando un escabel gemelo del que sostenía su pierna
enferma.
La cara y el pelo son sin duda idénticos a
los de tu desdichada madre, pero los ojos son azules como los de Laurent y el
porte y el aire de confianza en ti misma son los de tu Abuelo, mi buen amigo
Claude. Azalía, tu madre jamás fue feliz, y siempre un velo de tristeza
ensombreció su angelical rostro.
Al oir esas palabras, llamar por sus nombres,
hasta ahora desconocidos a personas de mi familia, mi fortaleza y templaza se
derrumbaron, y caí en el escabel como caían las lágrimas por mi rostro.
No llores criatura, dijo don Sancho
enjuagando con un pañuelo cuajado de puntillas mi cara. Creo que a partir de
ahora nada tendrás que temer. Cuéntame que ha sido de tu vida hasta este día.
Reconfortada por las palabras del de Arriaga,
relaté de una vez lo que había sido mi vida hasta ahora. Mi vida aislada en el
campo junto a mi Abuela Leonor, como esta había fallecido y como dejé Calatayud
para ir a la capital donde un mensaje recogido en la Aljama de Zaragoza cambió
mi vida y me llevó hasta aquel Palacio de Valladolid.
Don Sancho asentía con la cabeza a medida que
yo le relataba mis visicitudes, fruncía el ceño o sonreía según el relato se
tornara.
Y eso es todo hasta hoy, que las palabras de
aquel mensaje me trajeron ante la presencia de usted. Dije cuando terminé mi
relato
Es mucho lo que yo tengo que contarte,
querida, así que pediré que nos traigan la cena aquí. ¿no te importa tomar un
refrigerio informal aunque sea en este mismo despacho?.
Lo único que ansío es que la verdad de mi
vida y mi familia me sea revelada sin tardanza. Tengo que saber quien soy ya
que sospecho que nada de lo que yo había dado por sentado es cierto.
Tienes mucha razón, dijo Don Sancho, y aunque
es posible que haya partes de tu historia que todavía queden en la penumbra,
trataré de aportar el máximo de luz posible, pero ahora cenemos, nos espera una
larga noche
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