jueves, 19 de abril de 2012


CAPITULO I
Cuando Ardelia llegó a Calatayud, y abrió la puerta de la casa de que su difunta abuela le había legado fue como abrir una puerta directa al pasado.
Las velas se habían agotado en las palmatorias, el fuego se había extinguido en la chimenea y la mesa todavía estaba puesta con los restos de la última comida que se había tomado allí. Tal parecía que su familia había abandonado su hogar de forma precipitada, huyendo de algo tan temible que no habían tenido tiempo de coger ni el más insignificante hatillo.
La muchacha limpió a fondo la casa, abriendo, con mucho trabajo, postigos atrancados y puertas de madera hinchada y encajadas en sus marcos.
Cuando abrió el armario de lo que parecía el dormitorio de su abuela, encontró sorprendida, vestidos de mujer, de una calidad bastante buena, como si fueran de la esposa de un acomodado comerciante o de un noble menor. Sayas, briales, mantos, zapatos, botas y hasta alguna joya, que quizá fueran de su abuela, o de su madre. Una vez todo limpio y aireado los volvió a guardar en el gran armario de madera, poniendo manzanas y lavanda en su interior, para tenerlos listos en el momento que los necesitara.
Al recibir la carta de la Prefectura, subió corriendo al primer piso de la casita, y escogió cuidadosamente su atuendo para el viaje.
Se puso una saya de manga larga de color blanco hueso y lo combinó con un brial granate ajustado a la cintura mediante cintas laterales, y sobre todo ello se ajustó con un broche de metal, un manto de paño doble del mismo color del brial que le protegería del frío castellano. Peinó su largo pelo castaño en una trenza que caía por su espalda y se cubrió la cabeza con una toca blanca de lana que aislaría sus oídos y cuello del viento helado a la vez que le daba un toque recatado y serio a su atuendo. en los pies se puso calzas cortas de fina lana rojas y unas botas de cordobán marrón con una gruesa suela que la aislaría de los tormos del camino.

Cuando estuvo preparada, miró su reflejo en el pilón de agua de patio y al hacerlo, quedó perpleja. La salvaje Ardelia, parecía ahora toda una damita. Estaba segura que no desentonaría nada entre las doncellas de la capital, o al menos, eso esperaba.

la joven, muy complacida con su nuevo aspecto y excitada con la perspectiva del viaje, fue cerrando cuidadosamente las ventanas de la casita, cerró la puerta con la gran llave, cargó su zurrón que contenía algunas prendas de ropa, vino y algo de pan, así como los pocos escudos que había conseguido ahorrar, y emprendió el camino real de Zaragoza.

Sabía que no debía viajar sola, era impensable que una doncella lo hiciera, aunque los caminos estuvieran libres de bandoleros, no era tolerable que viajara como si fuera un doncel, y como carecía de familiares masculinos debía conseguirse una compañía decente que le evitara encuentros indeseados en el camino.
Se acercó a las puertas de la ciudad, donde los viajeros que venían de Castilla solían descansar antes de emprender el último tramo de su viaje hasta Zaragoza.

Buscó entre los grupos de viandantes. Había titiriteros, mercaderes, pero ningunos le parecían adecuados como acompañantes, hasta que descubrió una carreta donde un matrimonio ya maduro, que tenía una hija más o menos de su misma edad, ya se disponían a partir.

Ardelia se acercó a ellos.
Buenos días nos de el altísimo, dijo con toda la amabilidad que pudo atesorar en su voz y dirigiéndose al hombre.

Que El nos lo proporcione muchacha.¿ que se te ofrece? le contestó el padre de familia.
Me dirijo hacia Zaragoza, y si vuesas mercedes también van hacia allí, me preguntaba si podría hacer el camino a su lado.
El hombre miró a su mujer, que asintió con la cabeza.
No podemos ofrecerte comida ni bebida, y si tenemos algún tropiezo, tendrás que mirar por tu seguridad, ya que yo tendré que ocuparme de las mujeres de mi casa, Pero compañía y conversación, no te faltarán. Mi mujer y mi hija siempre están presta a charlar con otras mujeres, ya que están algo hastiadas de mi charla sobre cerdos, Trigo y política.
Su compañía y charla me serán muy gratas y es lo único que espero de vuestras mercedes. Muy agradecida viajaré al lado de vuestra familia.

Nosotros venimos desde Osma, dijo la hija, una chica regordeta de mejillas sonrosadas y ojos traviesos. y nos dirigimos a Huesca, Un familiar de mi madre ha muerto, su tía Ofelia, y tenemos que hacernos cargo de su casa y tierras, somos su única familia.
y esperemos que no tuviera deudas, por que si no tambien tendremos que hacernos cargo de ellas, dijo la madre.
En seguida, la madre y la hija rodearon a Ardelia, y le preguntaron sobre su atuendo, que a su juicio era tremendamente sofisticado y elegante, dejando al padre solo con los preparativos de la carreta.
En menos de un cuarto de hora, el grupo estaba en marcha hacia la capital del Reino.

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