CAPITULO I
Cuando Ardelia llegó a Calatayud, y abrió la
puerta de la casa de que su difunta abuela le había legado fue como abrir una
puerta directa al pasado.
Las velas se habían agotado en las
palmatorias, el fuego se había extinguido en la chimenea y la mesa todavía
estaba puesta con los restos de la última comida que se había tomado allí. Tal
parecía que su familia había abandonado su hogar de forma precipitada, huyendo
de algo tan temible que no habían tenido tiempo de coger ni el más
insignificante hatillo.
La muchacha limpió a fondo la casa, abriendo,
con mucho trabajo, postigos atrancados y puertas de madera hinchada y encajadas
en sus marcos.
Cuando abrió el armario de lo que parecía el
dormitorio de su abuela, encontró sorprendida, vestidos de mujer, de una
calidad bastante buena, como si fueran de la esposa de un acomodado comerciante
o de un noble menor. Sayas, briales, mantos, zapatos, botas y hasta alguna
joya, que quizá fueran de su abuela, o de su madre. Una vez todo limpio y
aireado los volvió a guardar en el gran armario de madera, poniendo manzanas y
lavanda en su interior, para tenerlos listos en el momento que los necesitara.
Al recibir la carta de la Prefectura, subió
corriendo al primer piso de la casita, y escogió cuidadosamente su atuendo para
el viaje.
Se puso una saya de manga larga de color
blanco hueso y lo combinó con un brial granate ajustado a la cintura mediante
cintas laterales, y sobre todo ello se ajustó con un broche de metal, un manto
de paño doble del mismo color del brial que le protegería del frío castellano.
Peinó su largo pelo castaño en una trenza que caía por su espalda y se cubrió
la cabeza con una toca blanca de lana que aislaría sus oídos y cuello del
viento helado a la vez que le daba un toque recatado y serio a su atuendo. en
los pies se puso calzas cortas de fina lana rojas y unas botas de cordobán
marrón con una gruesa suela que la aislaría de los tormos del camino.
Cuando estuvo preparada, miró su reflejo en
el pilón de agua de patio y al hacerlo, quedó perpleja. La salvaje Ardelia,
parecía ahora toda una damita. Estaba segura que no desentonaría nada entre las
doncellas de la capital, o al menos, eso esperaba.
la joven, muy complacida con su nuevo aspecto
y excitada con la perspectiva del viaje, fue cerrando cuidadosamente las
ventanas de la casita, cerró la puerta con la gran llave, cargó su zurrón que
contenía algunas prendas de ropa, vino y algo de pan, así como los pocos
escudos que había conseguido ahorrar, y emprendió el camino real de Zaragoza.
Sabía que no debía viajar sola, era
impensable que una doncella lo hiciera, aunque los caminos estuvieran libres de
bandoleros, no era tolerable que viajara como si fuera un doncel, y como
carecía de familiares masculinos debía conseguirse una compañía decente que le
evitara encuentros indeseados en el camino.
Se acercó a las puertas de la ciudad, donde
los viajeros que venían de Castilla solían descansar antes de emprender el
último tramo de su viaje hasta Zaragoza.
Buscó entre los grupos de viandantes. Había
titiriteros, mercaderes, pero ningunos le parecían adecuados como acompañantes,
hasta que descubrió una carreta donde un matrimonio ya maduro, que tenía una
hija más o menos de su misma edad, ya se disponían a partir.
Ardelia se acercó a ellos.
Buenos días nos de
el altísimo,
dijo con toda la amabilidad que pudo atesorar en su voz y dirigiéndose al
hombre.
Que El nos lo
proporcione muchacha.¿ que se te ofrece? le contestó el padre de familia.
Me dirijo hacia
Zaragoza, y si vuesas mercedes también van hacia allí, me preguntaba si podría
hacer el camino a su lado.
El hombre miró a su mujer, que asintió con la
cabeza.
No podemos
ofrecerte comida ni bebida, y si tenemos algún tropiezo, tendrás que mirar por
tu seguridad, ya que yo tendré que ocuparme de las mujeres de mi casa, Pero
compañía y conversación, no te faltarán. Mi mujer y mi hija siempre están
presta a charlar con otras mujeres, ya que están algo hastiadas de mi charla sobre
cerdos, Trigo y política.
Su compañía y
charla me serán muy gratas y es lo único que espero de vuestras mercedes. Muy
agradecida viajaré al lado de vuestra familia.
Nosotros venimos
desde Osma,
dijo la hija, una chica regordeta de mejillas sonrosadas y ojos traviesos. y nos dirigimos a Huesca, Un familiar de mi
madre ha muerto, su tía Ofelia, y tenemos que hacernos cargo de su casa y
tierras, somos su única familia.
y esperemos que no
tuviera deudas, por que si no tambien tendremos que hacernos cargo de ellas, dijo la madre.
En seguida, la madre y la hija rodearon a
Ardelia, y le preguntaron sobre su atuendo, que a su juicio era tremendamente
sofisticado y elegante, dejando al padre solo con los preparativos de la
carreta.
En menos de un cuarto de hora, el grupo estaba
en marcha hacia la capital del Reino.
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