martes, 1 de mayo de 2012


Cap XVI

Los días siguientes fueron tremendamente ajetreados. Don Sancho y yo  pasamos horas y horas hablando largamente.
Me intrigaba la relación que unía a Don Sancho con mi madre. ¿Qué podían tener en común un alto cargo del gobierno del consejo de la Mesta, Consejero privado de la Corona,  de Noble de cuna y rancia estirpe,  amén de Aristótélico viejo, con la bella esposa de un anciano Cambista Hebreo? Y debía ser una relación estrecha e íntima ya que Sancho conocía detalles de la vida de mi madre que estaban enclavados en el ámbito de lo privadísimo, cosas que solo una amiga o un amante sabrían.
Don Sancho era consciente de que esa sombra planeaba sobre la historia de mi madre y tubo a bien  despejármela sin ponerme en el brete de tener que preguntar.
Me relató, no sin antes hacerme jurar que nunca revelaría esta información,  como cierto día que Había acudido a casa del Hebreo a tratar asuntos de negocios acompañado de un “joven amigo”. En un momento dado en el que el Cambista se ausentó para buscar unos legajos, Azalía, involuntariamente sorprendió una discusión entre ambos varones, que descubrió la íntima relación que los unía. El joven se marchó precipitadamente y Sancho abrió su corazón a la Hebrea, que desde aquel instante se convirtió en su confidente y amiga más allegada.
Había recibido mi herencia. Era una mujer de alta posición y saneada economía. Hoy iba a conocer la hacienda “el Hereje”, que sería mi residencia en Valladolid, y en días posteriores viajaría hasta Burgos para poner en orden mi casa en la Capital.
Empezaba para mi una nueva vida. Ahora sabía quien era, de donde Venía y el futuro se abría ante mi esplendoroso. Algunas sombras se cernían todavía sobre la historia de Azalía, mi madre, pero eran sucesos que solo ella podía iluminar, y ella, ya no estaba conmigo.

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