Cap XVI
Los días siguientes fueron tremendamente
ajetreados. Don Sancho y yo pasamos
horas y horas hablando largamente.
Me intrigaba la relación que unía a Don
Sancho con mi madre. ¿Qué podían tener en común un alto cargo del gobierno del
consejo de la Mesta, Consejero privado de la Corona, de Noble de cuna y rancia estirpe, amén de Aristótélico viejo, con la bella
esposa de un anciano Cambista Hebreo? Y debía ser una relación estrecha e
íntima ya que Sancho conocía detalles de la vida de mi madre que estaban
enclavados en el ámbito de lo privadísimo, cosas que solo una amiga o un amante
sabrían.
Don Sancho era consciente de que esa sombra
planeaba sobre la historia de mi madre y tubo a bien despejármela sin ponerme en el brete de tener
que preguntar.
Me relató, no sin antes hacerme jurar que
nunca revelaría esta información, como
cierto día que Había acudido a casa del Hebreo a tratar asuntos de negocios
acompañado de un “joven amigo”. En un momento dado en el que el Cambista se
ausentó para buscar unos legajos, Azalía, involuntariamente sorprendió una
discusión entre ambos varones, que descubrió la íntima relación que los unía. El
joven se marchó precipitadamente y Sancho abrió su corazón a la Hebrea, que
desde aquel instante se convirtió en su confidente y amiga más allegada.
Había recibido mi herencia. Era una mujer de
alta posición y saneada economía. Hoy iba a conocer la hacienda “el Hereje”,
que sería mi residencia en Valladolid, y en días posteriores viajaría hasta
Burgos para poner en orden mi casa en la Capital.
Empezaba para mi una nueva vida. Ahora sabía
quien era, de donde Venía y el futuro se abría ante mi esplendoroso. Algunas
sombras se cernían todavía sobre la historia de Azalía, mi madre, pero eran
sucesos que solo ella podía iluminar, y ella, ya no estaba conmigo.
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