jueves, 26 de abril de 2012


CAP XIV
Entre exquisitos bocados de perdiz escabechada, un pan tan blanco como nunca antes había degustado, y regado todo con exquisito vino de la tierra, la noche se alargó hasta la madrugada y la historia de mi familia, mi historia, se reveló ante mis ojos nítida y sorprendente.

La que yo creía mi abuela Leonor era realmente mi madre, Azalía Ben Shajar, viuda de uno de los cambistas hebreos más ricos de Zaragoza. Mi padre, un hombre despreciable, que la ultrajó y mató a su marido se llamaba Laurent, hijo de Claude de Merode, un acaudalado comerciante en paños flamenco, el cual era cliente del cambista Hebreo y amigo de Don Sancho Hernández de Lizarra.
Mi madre, Azalía, amiga también de Don Sancho, tenía ya una edad avanzada cuando el de Merode la forzó, dejándola preñada y viuda.
Lo arregló todo antes de mi nacimiento para desaparecer del mundo como Azalía y resurgir después como Leonor, viuda acaudalada y cristiana vieja, pero en los días posteriores a mi nacimiento su rastro y por consiguiente el mío se perdió en la Aljama de Calatayud, en su casa natal, siendo infructuosas las búsquedas que llevaron a cabo Don Sancho y mi Abuelo, que viajó a Castilla alarmado por las cartas de Azalía, y del propio Sancho.

Cuando Claude y Sancho llegaron a la casa de Calatayud buscando a Azalía y a su hija, los vecinos les dijeron que la mujer que allí habitaba, había desaparecido de un día para otro como si de magia se tratara. Nos buscaron intensamente por toda la zona sin ningún resultado, dándonos finalmente por muertas.
Mi abuelo, sin querer dar a su nieta por perdida totalmente y aferrándose a una carta en la que Azalía le prometía que conocería a su nieta antes o después, dejó recado en la Aljama de Zaragoza, recado que al final, y por esos albures del destino llegó a fructificar.

Y mi padre ¿ Vive? Pregunté

No, tu padre murió pocas semanas antes de tu nacimiento, aquí en mi casa, y tu abuelo Claude nos dejó hace solo dos años, aquejado de una larga y penosa enfermedad. Murió en su casa de Ypres, rodeado de tus tías y de su segunda esposa.



Pero mi padre era muy joven, ¿de que murió?

Unas extrañas fiebres acabaron con el en apenas tres dias, Claude, tu abuelo, se llevó el cuerpo a su país para darle allí sepultura.

¿Entonces, no me queda en estos reinos familia alguna?, dije apesadumbrada.

Lamentablemente no, a menos que no quieras considerarme a mí como tal, que estoy tan solo en este mundo como tú, querida. Pero no todo iban a ser malas noticias. Ahora tengo que entregarte la herencia que tu madre, mi añorada Azalía te legó

¿Herencia?, mi madre vivió toda su vida en un chozo en el monte. ¿Qué pudo dejarme?

Esa huída al monte que me has relatado, es algo que no alcanzo a entender, a no ser que la desdichada perdiera la razón cuando tú naciste. Dijo el anciano casi para sí mismo.

Como te he explicado, tu abuelo Claude le compró casi todas sus propiedades y negocios, heredados del cambista, y el montante de esa compra ha sido invertido por mí, como albacea de tu madre, todos estos años, consiguiendo buenos beneficios.

Don Sancho hizo una pausa para refrescar la garganta con un buen trago de vino y continuó.

Todo eso es tuyo, y te aseguro que es una cantidad que te hace una mujer rica. Además de la casa de Calatayud que ya conoces, dispones de una casa palacio en Burgos y una explotación vinícola aquí en Valladolid, que sigue estando a pleno rendimiento, se llama “hacienda El Hereje” y los caldos que salen de sus bodegas son de los mas apreciados por los nobles del Reino y de los Reinos adyacentes. Somos proveedores incluso de la Casa Real, bueno, tú lo eres ya que eres tú la legítima propietaria.

Me pareció que no había oído bien, e interrogué al anciano con la mirada

¿Una mujer rica?, ¿yo? murmuro, apenas consigo creer que estas palabras se refieran a mi, ni aunque salgan de la boca de uno de los nobles más principales del Reino.

Don Sancho se dio cuenta de la confusión y el cansancio que reflejaban mi rostro y mis palabras, y dio por zanjada la madrugada de revelaciones y secretos.

Es muy tarde, en pocas horas amanecerá, y han sido demasiadas las emociones vividas hoy, querida niña. Debemos retirarnos a descansar, mañana seguiremos hablando y poniendo al día todos tus asuntos.

Don Sancho agitó una campanilla, apareciendo de inmediato un somnoliento lacayo.

Acompaña a la dama a la habitación de invitados que han preparado para ella y acomoda a su sirvienta con las doncellas. El joven se quedó parado en el sitio. No esperaba esa orden de su amo, más afín a alojar caballeros de gentil figura que a damas tan bellas como esta.

No se que os pasa a todos hoy, bramó Don Sancho al ver que el joven permanecía inmovil, haz lo que te digo con presteza.

El sirviente salió de su confusión de inmediato y me indicó el camino hasta los aposentos que Don Sancho me había asignado.

Ve con él, Ardelia, y descansa. Mañana empieza tu nueva vida y yo te ayudaré en todo lo que necesites. Así se lo prometí a tu abuelo y a tu madre y así lo cumpliré.

El lacayo alumbraba el camino con una lámpara, y yo le seguía casi sin darme cuenta, inmersa en el maregmanum de sensaciones y sentimientos despertados por el relato de Son Sancho

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