CAP XIV
Entre exquisitos bocados de perdiz escabechada,
un pan tan blanco como nunca antes había degustado, y regado todo con exquisito
vino de la tierra, la noche se alargó hasta la madrugada y la historia de mi
familia, mi historia, se reveló ante mis ojos nítida y sorprendente.
La que yo creía mi abuela Leonor era
realmente mi madre, Azalía Ben Shajar, viuda de uno de los cambistas hebreos
más ricos de Zaragoza. Mi padre, un hombre despreciable, que la ultrajó y mató
a su marido se llamaba Laurent, hijo de Claude de Merode, un acaudalado
comerciante en paños flamenco, el cual era cliente del cambista Hebreo y amigo
de Don Sancho Hernández de Lizarra.
Mi madre, Azalía, amiga también de Don
Sancho, tenía ya una edad avanzada cuando el de Merode la forzó, dejándola
preñada y viuda.
Lo arregló todo antes de mi nacimiento para
desaparecer del mundo como Azalía y resurgir después como Leonor, viuda
acaudalada y cristiana vieja, pero en los días posteriores a mi nacimiento su
rastro y por consiguiente el mío se perdió en la Aljama de Calatayud, en su casa
natal, siendo infructuosas las búsquedas que llevaron a cabo Don Sancho y mi
Abuelo, que viajó a Castilla alarmado por las cartas de Azalía, y del propio
Sancho.
Cuando Claude y Sancho llegaron a la casa de
Calatayud buscando a Azalía y a su hija, los vecinos les dijeron que la mujer
que allí habitaba, había desaparecido de un día para otro como si de magia se
tratara. Nos buscaron intensamente por toda la zona sin ningún resultado,
dándonos finalmente por muertas.
Mi abuelo, sin querer dar a su nieta por
perdida totalmente y aferrándose a una carta en la que Azalía le prometía que
conocería a su nieta antes o después, dejó recado en la Aljama de Zaragoza,
recado que al final, y por esos albures del destino llegó a fructificar.
Y mi padre ¿ Vive? Pregunté
No, tu padre murió pocas semanas antes de tu
nacimiento, aquí en mi casa, y tu abuelo Claude nos dejó hace solo dos años,
aquejado de una larga y penosa enfermedad. Murió en su casa de Ypres, rodeado
de tus tías y de su segunda esposa.
Pero mi padre era muy joven, ¿de que murió?
Unas extrañas fiebres acabaron con el en
apenas tres dias, Claude, tu abuelo, se llevó el cuerpo a su país para darle
allí sepultura.
¿Entonces, no me queda en estos reinos
familia alguna?, dije apesadumbrada.
Lamentablemente no, a menos que no quieras
considerarme a mí como tal, que estoy tan solo en este mundo como tú, querida.
Pero no todo iban a ser malas noticias. Ahora tengo que entregarte la herencia
que tu madre, mi añorada Azalía te legó
¿Herencia?, mi madre vivió toda su vida en un
chozo en el monte. ¿Qué pudo dejarme?
Esa huída al monte que me has relatado, es
algo que no alcanzo a entender, a no ser que la desdichada perdiera la razón
cuando tú naciste. Dijo el anciano casi para sí mismo.
Como te he explicado, tu abuelo Claude le
compró casi todas sus propiedades y negocios, heredados del cambista, y el
montante de esa compra ha sido invertido por mí, como albacea de tu madre,
todos estos años, consiguiendo buenos beneficios.
Don Sancho hizo una pausa para refrescar la
garganta con un buen trago de vino y continuó.
Todo eso es tuyo, y te aseguro que es una
cantidad que te hace una mujer rica. Además de la casa de Calatayud que ya
conoces, dispones de una casa palacio en Burgos y una explotación vinícola aquí
en Valladolid, que sigue estando a pleno rendimiento, se llama “hacienda El
Hereje” y los caldos que salen de sus bodegas son de los mas apreciados por los
nobles del Reino y de los Reinos adyacentes. Somos proveedores incluso de la Casa
Real, bueno, tú lo eres ya que eres tú la legítima propietaria.
Me pareció que no había oído bien, e
interrogué al anciano con la mirada
¿Una mujer rica?, ¿yo? murmuro, apenas
consigo creer que estas palabras se refieran a mi, ni aunque salgan de la boca
de uno de los nobles más principales del Reino.
Don Sancho se dio cuenta de la confusión y el
cansancio que reflejaban mi rostro y mis palabras, y dio por zanjada la
madrugada de revelaciones y secretos.
Es muy tarde, en pocas horas amanecerá, y han
sido demasiadas las emociones vividas hoy, querida niña. Debemos retirarnos a
descansar, mañana seguiremos hablando y poniendo al día todos tus asuntos.
Don Sancho agitó una campanilla, apareciendo
de inmediato un somnoliento lacayo.
Acompaña a la dama a la habitación de
invitados que han preparado para ella y acomoda a su sirvienta con las
doncellas. El joven se quedó parado en el sitio. No esperaba esa orden de su
amo, más afín a alojar caballeros de gentil figura que a damas tan bellas como
esta.
No se que os pasa a todos hoy, bramó Don
Sancho al ver que el joven permanecía inmovil, haz lo que te digo con presteza.
El sirviente salió de su confusión de
inmediato y me indicó el camino hasta los aposentos que Don Sancho me había asignado.
Ve con él, Ardelia, y descansa. Mañana
empieza tu nueva vida y yo te ayudaré en todo lo que necesites. Así se lo
prometí a tu abuelo y a tu madre y así lo cumpliré.
El lacayo alumbraba el camino con una
lámpara, y yo le seguía casi sin darme cuenta, inmersa en el maregmanum de
sensaciones y sentimientos despertados por el relato de Son Sancho
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