jueves, 26 de abril de 2012


CAP XV

Febrero 1442

Ya era noche cerrada cuando la Aldaba de la casa de Abenfayá resonó en la oscuridad. Ruth, la doncella abrió la puerta con precaución.

¿Quien llama a estas horas?

Mi nombre no te interesa, dijo la mujer envuelta en un manto rojo oscuro al tiempo que empujaba la puerta, entrando en el angosto zaguán.

Un penetrante aroma almizclado inundó la entrada.

La mujer, sin retirarse el manto de la cara, pidió a la doncella que la condujera ante la Señora Azalía Abenfayá.

Tu Ama me espera.

Avisaré a mi señora, permanezca aquí, dijo Ruth con desconfianza,
Dirigiéndose hacia el interior de la casa, y apareciendo en breves instantes.

La señora la recibirá, sígame.

La doncella guió a la misteriosa mujer hacia la sala de la casa del difunto cambista, donde Azalía, que ya contaba siete meses de gestación esperaba a la mujer sentada tras la mesa del que fue despacho de su esposo.

Sal y cierra la puerta, Ruth. Debo hablar con la señorita.

La doncella salió con evidente gesto de desprecio hacia la mujer.

Toma asiento, dijo Azalía.

La visitante se desprendió del manto que la cubría, dejando al descubierto su extraordinaria belleza

Era una mujer joven, de unos 25 años de edad, con larga melena suelta y rostro angelical, cuerpo redondeado en las caderas, estrecho en la cintura y de voluptuoso pecho. La clase de hembra podía volver loco a cualquier hombre.

El trabajo está hecho. El infeliz no duró más de una semana. Su cuerpo reposa inerte en la cripta de San Pablo, creo que su padre se lo va a llevar hasta las tierras de Flandes. El acento de la mujer era cantarino y ceceante, como de las tierras del Sur.

Azalía se inclinó hacia la mujer.

¿Estás segura?

Como que algún día debo morir. Dijo la mujer con convencimiento.

Espero que no te haya sido muy molesto el trabajo. dijo Azalía con duro gesto en el rostro.

El caballero era muy apuesto. No fué ningún sacrificio yacer con él. Como me indicó, lo encontré en la ciudad de Valladolid, y fue muy fácil llegar hasta él. En cuanto sus ojos se posaron en mi, deseó mi cuerpo y pagó lo que le pedí por mis servicios,( que no fueron baratos), con agrado.



Y ahora vas a cobrar tu verdadero salario. El de una asesina que mata a sus víctimas sin dagas ni espadas.

En el pecado va la penitencia, señora. Dijo Juana Contreras, y mis “poderes” le han sido muy útiles a muchas gentes principales, como ahora a usted.

Cuando la rabia le comía por dentro, la impotencia de saber que Laurent de Merode campaba alegre por el mundo sin castigo ni condena, empezó a madurar en la mente de Azalía la idea de acabar con su vida, y elucubrando con la mejor manera a su alcance, recordó aquel cliente de Sholomón que le contó de una bellísima mujer que inmune a la enfermedad, sí era capaz de transmitirla a todo varón que con ella yaciera.

¿Sabes si ha sufrido? preguntó Azalía.

Como un perro dicen que gritaba, lleno de pústulas malolientes por todo el cuerpo e incluso dentro de su garganta, hasta que expiró ahogado en su propia sangre.

Has cumplido, Juana, aquí tienes el pago de tu trabajo. Te lo mereces, dijo Azalía.

La mujer sopesó sonriente, el saquito lleno de monedas, en las que habían valorado la vida del Flamenco.

Tengo un hijo que vive con mi madre en Cádiz, donde nací. Es mi intención abrir una posada en mi tierra, y retirarme de este “negocio" .Quizá así el Altísimo perdone mis pecados y me dé un sitio a su lado el día del Juicio final.

Ve con El Juana. Lo que has hecho ha sido Justicia, y eso no es ningún pecado.

La mujer salió de la estancia, envuelta en su manto rojo y dejando tras ella el penetrante aroma a almizcle que la precedía.

Aquella noche, la figura del rubio, llena de pústulas supurantes, visitó por primera vez los sueños de Azalía, tan real y amenazante como aquella noche infausta de hacía siete meses.

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