CAP IX
Azalía 1441
Laurent de Merode y su sirviente Alphonse salieron para
Valladolid al día siguiente de que un
malhechor entrara a robar en la casa
del cambista Shalomón Abenfayá, que
resultó muerto en la reyerta con el delincuente. Laurent, lucía marcadas en su mejilla tres
líneas rojizas producto, según el de un golpe con la silla de montar a su
Frisón.
Nadie
había visto el rostro del asesino, nadie había visto nada más que una sombra
oscura saliendo rauda de la casa. Nadie excepto la mujer del cambista, que
permanecía enclaustrada en sus habitaciones de la casa de Äbenfayá.
Al cabo de los días, y al no haber ningún
sospechoso del asesinato, empezó a correr el rumor de que no había sido ningún
humano el que había acabado con el anciano cambista, si no un demonio envuelto
en una nube negra, un Golem que había
matado a Shalomón y había vuelto loca a su mujer, que permanecía encerrada en
su dormitorio, el mismo donde había perecido el anciano sin apenas ingerir
alimento alguno ni hablar con nadie.
Ruth, la doncella de la casa, juraba que ella
no se había movido ni un instante de la habitación contigua a la de Azalía,
cumpliendo con su deber de acompañar a su ama en todo momento y que ningún
humano había entrado allí hasta que lo hizo su amo Sholomón, al volver de su
viaje para encontrar la muerte en su propia casa.
Habían pasado ya más de cuarenta días del
infausto suceso. El consejo de ancianos de la Aljama, una especie de Sanedrín
local se reunió en la casa de Abenfayá para tratar con la viuda. Ellos se
habían hecho cargo de los negocios de Sholomón, pero había que tomar una
determinación. Azalía compareció ante ellos con el pelo desarreglado, la ropa
sucia y descuidada, y con un brillo de
locura en sus ojos les preguntó:
¿Que venís a buscar a en casa?
Azalía, dijo el más anciano extrañado ante el
aspecto de la mujer, haces solo unos dias la más hermosa de las mujeres de la
Aljama y mano derecha de su esposo en los negocios. Venimos a hablar contigo
sobre lo que dispongas hacer con la Hacienda y los negocios de tu marido. Debes
hacerte cargo de ellos, tú puedes hacerlo y la Ley así te faculta.
La mujer pareció reaccionar ante las palabras
del anciano y contestó después de una larga pausa en la que parecía estar
reflexionando.
Quiero vender todo mi patrimonio, la hacienda
de Sábada y traspasar el negocio a cualquiera de los cambistas de Zaragoza, el
que más ofrezca, se quedará con todo.
Pero mujer, no es tiempo de vender tus
propiedades, debes gestionarlas con sabiduría, como hacía Sholomón, ayudado por
ti, o darnos poderes para que nosotros lo hagamos. Todos tenemos negocios
comunes con Sholomón, ahora contigo y si
vendes a quien no convenga, toda la Aljama saldría perjudicada
¿Y quien eres tu para decirme lo que debo
hacer? Gritó Azalía, ¿Quiénes sois vosotros más que unos viejos decrépitos?
Por primera vez soy libre para hacer lo que me plazca y por mi vida que lo
haré. Venderé mi hacienda al mejor
postor y nadie podrá impedírmelo.
El grupo de hombres estaba atónito ante la
reacción de la mujer, antes todo buen sentido y templanza.
Pero hija, dijo el anciano, atente a razones,
no puedes….
La mujer no dejo al Hebreo terminar la frase,
Fuera de mi casa, pájaros de mal agüero, ¡Fuera¡.
Condujo
a los hombres hacia la salida, y estos comentaron estupefactos mientras se
retiraban que la mujer del cambista había perdido la razón o estaba poseída por
el Golem
Azalía estaba fuera de sí, vociferando
violentamente, y únicamente cuando se quedó sola se calmó. Se acercó a la
escribanía que su esposo utilizaba para escribir en su dormitorio, tomó papel y
cálamo y comenzó a escribir
Al Sr Claude de Merode.
Estimado Señor de Merode, le
extrañará recibir esta misiva. Normalmente era mi esposo quien firmaba las
cartas que enviaba a Ypres tratando asuntos mercantiles aunque realmente era
yo, su esposa quien las redactaba. No
voy a andarme con sutilezas ni melindres por que la ocasión requiere franqueza
y valentía, así que directamente le voy a proponer un negocio, ventajoso para
ambas partes aunque muy diferente a los que hemos tenido anteriormente.
Antes que nada tengo que
comunicarle que mi esposo Sholomón ha fallecido asesinado vilmente por su hijo
Laurent. Que antes de matarle me forzó con brutalidad y gozó de mi cuerpo unos
instantes, pero matando mi espíritu para siempre, y que producto de esa felonía estoy esperando
un hijo.
Supongo que será la primera
noticia que tiene ya que su hijo, cobardemente como actúa de natural, no habrá sido capaz de confesar sus actos infames
y malvados, saliendo huyendo al día
siguiente de los hechos. Yo no he revelado a nadie que él es el responsable de este crimen, pensando en que pudiera pasar
lo que ya ha acontecido, que quedara preñada del fruto de su felonía. Las
autoridades no han sido capaces de encontrar ni una sola pista que lleve a dar
con el asesino, y se está corriendo la voz por el Reino que el demonio en
persona se hizo carne en mi casa para matar al cambista hebreo.
Me consta que es usted una
persona cabal y honrada a la que mi esposo tenía en alta estima. Mi propuesta
es la siguiente. Compre usted mi casa, mis haciendas vinícolas, mis inmuebles,
excepto la propiedad de Valladolid y la casita de mi padre en Calatayud, y el negocio de mi marido. Son propiedades
rentables, haciendas productivas y un negocio que da buenos beneficios. En
pocos años habrá recuperado su inversión y ganará buenos dividendos. Ponga el
importe de la compra en un depósito
custodiado por nuestro común amigo don Sancho Hernández de Lizarra para que mi hija, y bien digo hija, por que estoy segura que para
mi desgracia y la de ella, llevo en mis
entrañas a una hembra que vendrá a este mundo a sufrir como todas las mujeres
lo hacemos, pueda disponer de su capital cuando llegue a la edad oportuna.
Se preguntará la razón de todo esto y por qué le entrego mi
patrimonio en bandeja de plata en vez de convertirme en la viuda mas acaudalada
de Zaragoza y posiblemente de todo el reino.
Deseo que mi hija sea gentil.
Los de mi raza somos cada vez más perseguidos y acosados en estos reinos, los
asaltos a las Aljamas se suceden sin que la corona haga mucho por evitarlos, nuestros
derechos son mermados poco a poco y cercano está el día en que seremos
expulsados también de esta tierra, No quiero que mi pequeña sufra un éxodo como
tantos ha tenido que padecer nuestro
pueblo, o cargar con el estigma de los conversos. Por eso la criaré en la Fé predominante en este Reino. El talmud nos
habla de un Dios igual al Dios de los gentiles. No quiero que mi hija tenga
conciencia de su ascendencia Hebrea. Me retiraré a mi casa de Calatayud, que
será la única, junto a la hacienda de Valladolid, que no pasará a ser de su
propiedad y allí comenzaré una nueva vida dejando atrás todos los sufrimientos
e insatisfacciones que he padecido hasta ahora e intentando olvidar el vil
crimen perpetrado por su hijo. Espero
que me envíe allí una pensión derivada de los beneficios de nuestro negocio,
para la manutención mía y de la niña, hasta
que llegue el día en que mi hija disponga de lo que le corresponde, entre ello
el apellido De Merode, haciendo honor a su abuelo y no a su infame progenitor.
Me despido de usted esperando
sus noticias. Si es usted una persona
honrada y temerosa de los cielos, y que no quiere que su apellido se vea
envuelto en un escándalo como el que podría acontecer si se supiera la verdad, se
avendrá al trato que le propongo, y si
no lo es, también lo hará por que como hombre de negocios no podrá resistirse
a las ventajas pecuniarias del negocio
que le he expuesto. Sé que es una misiva brutal e impactante por lo inesperada
por usted y que cambiará su vida, pero
le puedo asegurar que mucho más ha
cambiado la mía que ha quedado
destrozada de la manera más cobarde y cruel.
Azalía, Zaragoza, Octubre de
1441.
Azalía se levantó lentamente de
la mesa donde había escrito la carta en la cual
plasmaba lo que había estado planeado desde que supo que llevaba en sus entrañas
un hijo, se apoyó en el murete de la
chimenea, donde la madera, algo verde, crepitaba ruidosamente.
acariciando su vientre, que
apenas empezaba a curvarse, Azalía murmuraba…
Serás dueña de tu vida y de tu
hacienda. Nadie te usará como moneda.
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