viernes, 20 de abril de 2012


CAP IX

Azalía 1441

Laurent de Merode y  su sirviente Alphonse salieron para Valladolid al día siguiente de  que un malhechor  entrara a robar en la casa del  cambista Shalomón Abenfayá, que resultó muerto en la reyerta con el delincuente.  Laurent, lucía marcadas en su mejilla tres líneas rojizas producto, según el de un golpe con la silla de montar a su Frisón.
 Nadie había visto el rostro del asesino, nadie había visto nada más que una sombra oscura saliendo rauda de la casa. Nadie excepto la mujer del cambista, que permanecía enclaustrada en sus habitaciones de la casa de Äbenfayá.
Al cabo de los días, y al no haber ningún sospechoso del asesinato, empezó a correr el rumor de que no había sido ningún humano el que había acabado con el anciano cambista, si no un demonio envuelto en una nube negra,  un Golem que había matado a Shalomón y había vuelto loca a su mujer, que permanecía encerrada en su dormitorio, el mismo donde había perecido el anciano sin apenas ingerir alimento alguno ni hablar con nadie.
Ruth, la doncella de la casa, juraba que ella no se había movido ni un instante de la habitación contigua a la de Azalía, cumpliendo con su deber de acompañar a su ama en todo momento y que ningún humano había entrado allí hasta que lo hizo su amo Sholomón, al volver de su viaje para encontrar la muerte en su propia casa.
Habían pasado ya más de cuarenta días del infausto suceso. El consejo de ancianos de la Aljama, una especie de Sanedrín local se reunió en la casa de Abenfayá para tratar con la viuda. Ellos se habían hecho cargo de los negocios de Sholomón, pero había que tomar una determinación. Azalía compareció ante ellos con el pelo desarreglado, la ropa sucia y descuidada, y  con un brillo de locura en sus ojos les preguntó:

¿Que venís a buscar a en  casa?
Azalía, dijo el más anciano extrañado ante el aspecto de la mujer, haces solo unos dias la más hermosa de las mujeres de la Aljama y mano derecha de su esposo en los negocios. Venimos a hablar contigo sobre lo que dispongas hacer con la Hacienda y los negocios de tu marido. Debes hacerte cargo de ellos, tú puedes hacerlo y la Ley así te faculta.
La mujer pareció reaccionar ante las palabras del anciano y contestó después de una larga pausa en la que parecía estar reflexionando.
Quiero vender todo mi patrimonio, la hacienda de Sábada y traspasar el negocio a cualquiera de los cambistas de Zaragoza, el que más ofrezca, se quedará con todo.
Pero mujer, no es tiempo de vender tus propiedades, debes gestionarlas con sabiduría, como hacía Sholomón, ayudado por ti, o darnos poderes para que nosotros lo hagamos. Todos tenemos negocios comunes con Sholomón, ahora contigo y  si vendes a quien no convenga, toda la Aljama saldría perjudicada
¿Y quien eres tu para decirme lo que debo hacer? Gritó Azalía, ¿Quiénes sois vosotros más que unos viejos decrépitos? Por primera vez soy libre para hacer lo que me plazca y por mi vida que lo haré.  Venderé mi hacienda al mejor postor y nadie podrá impedírmelo.
El grupo de hombres estaba atónito ante la reacción de la mujer, antes todo buen sentido y templanza.
Pero hija, dijo el anciano, atente a razones, no puedes….
La mujer no dejo al Hebreo terminar la frase, Fuera de mi casa, pájaros de mal agüero, ¡Fuera¡.
 Condujo a los hombres hacia la salida, y estos comentaron estupefactos mientras se retiraban que la mujer del cambista había perdido la razón o estaba poseída por el Golem
Azalía estaba fuera de sí, vociferando violentamente, y únicamente cuando se quedó sola se calmó. Se acercó a la escribanía que su esposo utilizaba para escribir en su dormitorio, tomó papel y cálamo y comenzó a escribir



Al Sr Claude de Merode.
Estimado Señor de Merode, le extrañará recibir esta misiva. Normalmente era mi esposo quien firmaba las cartas que enviaba a Ypres tratando asuntos mercantiles aunque realmente era yo, su esposa quien las redactaba.  No voy a andarme con sutilezas ni melindres por que la ocasión requiere franqueza y valentía, así que directamente le voy a proponer un negocio, ventajoso para ambas partes aunque muy diferente a los que hemos tenido anteriormente.
Antes que nada tengo que comunicarle que mi esposo Sholomón ha fallecido asesinado vilmente por su hijo Laurent. Que antes de matarle me forzó con brutalidad y gozó de mi cuerpo unos instantes, pero matando mi espíritu para siempre,  y que producto de esa felonía estoy esperando un hijo.
Supongo que será la primera noticia que tiene ya que su hijo, cobardemente como actúa de natural,  no habrá sido capaz de confesar sus actos infames y malvados, saliendo  huyendo al día siguiente de los hechos. Yo no he revelado a nadie que él es el responsable  de este crimen, pensando en que pudiera pasar lo que ya ha acontecido, que quedara preñada del fruto de su felonía. Las autoridades no han sido capaces de encontrar ni una sola pista que lleve a dar con el asesino, y se está corriendo la voz por el Reino que el demonio en persona se hizo carne en mi casa para matar al cambista hebreo.
Me consta que es usted una persona cabal y honrada a la que mi esposo tenía en alta estima. Mi propuesta es la siguiente. Compre usted mi casa, mis haciendas vinícolas, mis inmuebles, excepto la propiedad de Valladolid y la casita de mi padre en Calatayud,  y el negocio de mi marido. Son propiedades rentables, haciendas productivas y un negocio que da buenos beneficios. En pocos años habrá recuperado su inversión y ganará buenos dividendos. Ponga el importe de la compra en un depósito  custodiado por nuestro común amigo don Sancho Hernández de Lizarra para que mi hija, y  bien digo hija, por que estoy segura que para mi desgracia y la de ella,  llevo en mis entrañas a una hembra que vendrá a este mundo a sufrir como todas las mujeres lo hacemos, pueda disponer de su capital cuando llegue a la edad oportuna.
Se preguntará la razón  de todo esto y por qué le entrego mi patrimonio en bandeja de plata en vez de convertirme en la viuda mas acaudalada de Zaragoza y posiblemente de todo el reino.
Deseo que mi hija sea gentil. Los de mi raza somos cada vez más perseguidos y acosados en estos reinos, los asaltos a las Aljamas se suceden sin que la corona haga mucho por evitarlos, nuestros derechos son mermados poco a poco y cercano está el día en que seremos expulsados también de esta tierra, No quiero que mi pequeña sufra un éxodo como tantos  ha tenido que padecer nuestro pueblo, o cargar con el estigma de los conversos. Por eso la criaré en la Fé  predominante en este Reino. El talmud nos habla de un Dios igual al Dios de los gentiles. No quiero que mi hija tenga conciencia de su ascendencia Hebrea. Me retiraré a mi casa de Calatayud, que será la única, junto a la hacienda de Valladolid, que no pasará a ser de su propiedad y allí comenzaré una nueva vida dejando atrás todos los sufrimientos e insatisfacciones que he padecido hasta ahora e intentando olvidar el vil crimen perpetrado por  su hijo. Espero que me envíe allí una pensión derivada de los beneficios de nuestro negocio, para la  manutención mía y de la niña, hasta que llegue el día en que mi hija disponga de lo que le corresponde, entre ello el apellido De Merode, haciendo honor a su abuelo y no a su infame progenitor.
Me despido de usted esperando sus noticias. Si es usted una persona  honrada y temerosa de los cielos, y que no quiere que su apellido se vea envuelto en un escándalo como el que podría acontecer si se supiera la verdad, se avendrá al trato que le propongo, y  si no lo es, también lo hará por que como hombre de negocios no podrá resistirse a  las ventajas pecuniarias del negocio que le he expuesto. Sé que es una misiva brutal e impactante por lo inesperada por usted y  que cambiará su vida, pero le puedo asegurar que mucho más  ha cambiado  la mía que ha quedado destrozada de la manera más cobarde y cruel.
Azalía, Zaragoza, Octubre de 1441.

Azalía se levantó lentamente de la mesa donde había escrito la carta en la cual  plasmaba lo que había estado planeado desde que supo que llevaba en sus entrañas un hijo,  se apoyó en el murete de la chimenea, donde la madera, algo verde, crepitaba ruidosamente.

acariciando su vientre, que apenas empezaba a curvarse, Azalía murmuraba…

Serás dueña de tu vida y de tu hacienda. Nadie te usará como moneda. 

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