CAP VIII
Apresúrate Luisa, que no tenemos todo el día,
exclamó Ardelia dirigiendose a la atribulada muchacha que la seguía a malas
penas, cargada con las telas que su
señora había adquirido en el zoco.
La de Merode
tenía que esperar continuamente para que su doncella no se perdiera
entre el gentío. Ella también iba cargada de paquetes y no tardaba tantísimo en
avanzar. No las tenía Ardelia todas consigo en lo relativo a la contratación de
la muchacha.
Cuando se entrevistó con la madre de la
chica, esta parecía ansiosa por deshacerse de su hija, cosa que Ardelia achacó
al precario estado de la economía de la viuda, aunque ahora comenzaba a pensar
que había algo más en las prisas de la
madre, que incluso pareció alegrarse cuando le dijo que saldrían del reino en
pocos días y que no sabía si algún día volverían.
La muchacha, Luisa, tenía 13 años y parecía
fuerte y sana, no era del todo fea, aunque su piel presentaba marcas de haber
pasado una dura enfermedad en la niñez, tenía la dentadura completa, y parecía
limpia, así que Ardelia no vio ninguna
objeción en principio. Ahora pensaba que quizá las prisas por preparar su viaje
a Castilla le habían impedido ver lo que ahora podía apreciar. La muchacha
carecía de soltura, desparpajo y chispa. Vamos que era más lenta que un caballo
de madera.
Bueno, todavía no es más que una niña,
esperemos que despabile pronto, pensó Ardelia.
Vamos muchacha, dijo desde la puerta de la
sastrería de la plaza Chica, antes de entrar en el comercio donde encargó un
traje de viaje y una capa, a confeccionar con un paño azul oscuro que había
adquirido esa misma mañana en el zoco.
¿Cuando dice usted que lo tendrá listo?
Preguntó Ardelia a la modista. Mire que me hace falta lo antes posible.
En tres días lo tendrá su merced, pierda
cuidado, Le contestó la mujer con una
sonrisa.
Ardelia entregó a la mujer una moneda para
incentivarla en su trabajo y salió satisfecha de la sastrería. Una vez en la
calle al echar a andar tuvo que volver, ya que su doncella no la seguía como
era su obligación. Miró a su alrededor y vio
a Luisa mirando embobada como en
la herrería que se ubicaba junto a la casa de la modista, el herrero subía y
bajaba el martillo, golpeando en el yunque.
¡Luisa¡ gritó Ardelia, nada, ni caso,
¡¡LUISA¡¡ gritó ya fuera de sus
casillas.
La muchacha salió de su ensimismamiento y
corrió junto a su señora.
Perdón
señora,
¿Perdón?, mira niña, dejemos las cosas
claras, eres tú quien tiene que estar pendiente de mis movimientos y no yo de
los tuyos, tienes que saber donde está la sastrería para cuando tengas que
venir a recogerlo, que no te pierdas por las calles, tienes que estar atenta o
tendré que devolverte a tu madre.
No señora, a mi madre no, le prometo que no volverá a pasar, estaré
atenta y no tendrá queja de mí. Dijo Luisa temblando como una hoja.
Ardelia observó la cara pálida de la muchacha
y su temblorosa voz y se arrepintió de haber sido tan dura con la muchacha.
No te preocupes, pero procura poner más interés
en tus tareas. Y venga, apresurémonos que hay mucho que disponer para nuestro viaje a Castilla.
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