viernes, 20 de abril de 2012


CAP VIII


Apresúrate Luisa, que no tenemos todo el día, exclamó Ardelia dirigiendose a la atribulada muchacha que la seguía a malas penas,  cargada con las telas que su señora había adquirido en el zoco.
La de Merode  tenía que esperar continuamente para que su doncella no se perdiera entre el gentío. Ella también iba cargada de paquetes y no tardaba tantísimo en avanzar. No las tenía Ardelia todas consigo en lo relativo a la contratación de la muchacha.
Cuando se entrevistó con la madre de la chica, esta parecía ansiosa por deshacerse de su hija, cosa que Ardelia achacó al precario estado de la economía de la viuda, aunque ahora comenzaba a pensar que había algo más en  las prisas de la madre, que incluso pareció alegrarse cuando le dijo que saldrían del reino en pocos días y que no sabía si algún día volverían. 
La muchacha, Luisa, tenía 13 años y parecía fuerte y sana, no era del todo fea, aunque su piel presentaba marcas de haber pasado una dura enfermedad en la niñez, tenía la dentadura completa, y parecía limpia,  así que Ardelia no vio ninguna objeción en principio. Ahora pensaba que quizá las prisas por preparar su viaje a Castilla le habían impedido ver lo que ahora podía apreciar. La muchacha carecía de soltura, desparpajo y chispa. Vamos que era más lenta que un caballo de madera.
Bueno, todavía no es más que una niña, esperemos que despabile pronto, pensó Ardelia.
Vamos muchacha, dijo desde la puerta de la sastrería de la plaza Chica, antes de entrar en el comercio donde encargó un traje de viaje y una capa, a confeccionar con un paño azul oscuro que había adquirido  esa misma mañana en el zoco.
¿Cuando dice usted que lo tendrá listo? Preguntó Ardelia a la modista. Mire que me hace falta lo antes posible.
En tres días lo tendrá su merced, pierda cuidado,  Le contestó la mujer con una sonrisa.
Ardelia entregó a la mujer una moneda para incentivarla en su trabajo y salió satisfecha de la sastrería. Una vez en la calle al echar a andar tuvo que volver, ya que su doncella no la seguía como era su obligación. Miró a su alrededor y vio  a Luisa mirando  embobada como en la herrería que se ubicaba junto a la casa de la modista, el herrero subía y bajaba el martillo, golpeando en el yunque.
¡Luisa¡ gritó Ardelia, nada, ni caso, ¡¡LUISA¡¡ gritó  ya fuera de sus casillas.
La muchacha salió de su ensimismamiento y corrió junto a su señora.
Perdón  señora,
¿Perdón?, mira niña, dejemos las cosas claras, eres tú quien tiene que estar pendiente de mis movimientos y no yo de los tuyos, tienes que saber donde está la sastrería para cuando tengas que venir a recogerlo, que no te pierdas por las calles, tienes que estar atenta o tendré que devolverte a tu madre.
No señora, a mi madre no,  le prometo que no volverá a pasar, estaré atenta y no tendrá queja de mí. Dijo Luisa temblando como una hoja.
Ardelia observó la cara pálida de la muchacha y su temblorosa voz y se arrepintió de haber sido tan dura con la muchacha.
No te preocupes, pero procura poner más interés en  tus tareas.  Y venga, apresurémonos que hay  mucho que disponer  para nuestro viaje a  Castilla.

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