CAP VII
Laurent 1441
No es una mujer
cualquiera, es la esposa del cambista más respetado de Zaragoza, y respetada
ella misma en el gremio por sus conocimientos y buen hacer. Dijo Alphonse entre cucharada
y cucharada de estofado. Además os ha
dejado bien claro que hasta que su marido no regrese de la visita a su hacienda de Sábada, no os recibirá en su
casa.
El cambista giraba visita a sus clientes rurales cada cierto tiempo aprovechando para
supervisar su hacienda vinícola. Azalía
no había consentido en los ruegos del
comerciante en ser recibido en la casa. Hasta que su marido volviera, la
mujer se amparaba en que ella sola no podía negociar nada y para ninguna otra
cosa era decoroso que el joven y ella se entrevistaran.
Me importa un comino quien sea ella o toda su
parentela, dijo colérico Laurent apurando su copa de vino y con una muchacha de pecho abundante y mejillas
coloreadas sobre sus rodillas. Solo sé que esa mujer será mía, pese a quien
pese, aunque sea a ella misma.
Las Leyes que castigan el adulterio son duras
en estos reinos. Dijo Alphonse.
Laurent levantó su imponente estatura
bruscamente, haciendo que la muchacha cayera al suelo.
Maldita sea, gritó apoyando sus dos puños
sobre la mesa, deja tus prédicas de mal agüero, tus sermones me producen hastío
y hasta las ganas de divertirme huyen de
mí, dijo alejando a la joven cortesana
de un empellón. Me retiro a mi cuarto, y no deseo que me molestes por
nada.
Alphonse inclinó la cabeza ante su señor,
aliviado. Al menos esta noche, sería tranquila, o al menos, eso creía el
incauto, sin poder imaginar que Laurent, embozado en una capa oscura, se
deslizó poco después por la ventana de su habitación , no sin dificultades, debidas a la ingente
cantidad del excelente vino local que había ingerido.
Protegido por el embozo, llegó hasta las
puertas de la casa de Abenfayá y pacientemente esperó que la cancela del corral
se abriera. Había observado esa puerta otras noches y sabía exactamente lo que
pasaría. Al rato, la doncella de Azalía salió sigilosa, (aquí estas, palomita,
presta y puntual para el amor… pensó Laurent) a encontrarse con su amante, que la
esperaba al amparo del oscuro portal vecino, dejando la puerta de la casa entreabierta. No necesitó más Laurent, al que
el relente de la noche había devuelto parte de sus facultades, que se coló sin
ser visto ya que la doncella y su galán estaban muy absortos en sus gratos
menesteres.
El de Ypres, diestro en moverse sigiloso por casa ajenas,
tardó menos de un instante en llegar desde la zona de cocinas a la planta noble
de la casa, y no le fue en absoluto difícil introducirse, en el mismísimo
dormitorio de Azalía.
La mujer, que ya estaba acostada, al oír los goznes de la puerta,
exclamó sorprendida.
¿Que ocurre Ruth?, dijo pensando que era su
doncella la que entraba, pero sin recibir
respuesta alguna.
Amparado en la oscuridad, Laurent llegó en
silencio hasta el tálamo, y presto tapó la boca de la mujer para que sus
gritos, de producirse, no despertaran al resto de la casa.
Azalía sorprendida y aterrada sintió las
manos del hombre que burdamente tocaban sus pechos y el peso de su cuerpo sobre el de ella.
Estaos quieta, callad, y gozareis como nunca
antes lo hicisteis, dijo el rubio en francés, idioma que ella entendía por ser
el de los negocios de su marido.
El aliento del hombre apestaba a vino.
Azalía se resistió con todas sus fuerzas,
llegando a arañar la cara de su agresor con las uñas, pero era inútil. La fuerza del varón se impuso
a su resistencia, hasta llegar a hacerle renunciar a la lucha. Rendida, dejó
que el joven saciara sus instintos, rezando para que todo acabara pronto y que
nadie supiera nunca lo acontecido aquella noche. No era esto lo que ella había imaginado de un
hipotético encuentro amoroso al margen de su matrimonio. Las lágrimas arrasaban
sus mejillas y de su boca no salía sonido alguno mientras el extranjero se movía
torpe sobre ella ultrajándola violentamente.
Cuando
terminó, se dejó caer pesadamente a su lado mientras ella lloraba en silencio.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y Sholomón
Abenfayá apareció en el umbral. Sus
gestiones habían sido provechosas y diligentes y había preferido llegar a su
casa un día antes de lo previsto. Los ojos del cambista, vieron a su mujer
yaciendo junto al extranjero y la ira se apoderó del anciano.
Azalía se incorporó aterrorizada y se arrojó
a los pies de su marido.
Me ha forzado Sholomón, me ha forzado, sollozaba
la mujer.
El extranjero se estaba acomodando la ropa,
ajeno a la escena, no le daba más importancia a los hebreos que la que daría a
una pareja de gatos.
Sholomón, fuera de sí, y sin hacer caso a
Azalía se encaró con el joven increpándolo.
Maldito seas
extranjero, has traído la deshonra a mi casa, seas mil veces maldito, dijo mientras se abalanzaba
sobre él e intentaba golpearlo, pero
Laurent, atajó fácilmente el débil golpe del provecto marido cogiendo su brazo
y empujando a Sholomón fuertemente contra
la cómoda. El anciano perdió pié y su cabeza golpeó en la dura madera, cayendo
inerte al suelo. Una mancha oscura comenzó a extenderse sobre la alfombra del
dormitorio y bajo la cabeza del Hebreo.
Laurent, cogió su capa y embozado otra vez en
ella salió presuroso, sorteando a los sirvientes de la casa que habían acudido al
escuchar la algarabía
Dejaba
tras si una mujer ultrajada y un marido muerto, pero él solo pensaba como iba a
explicar a su padre lo acontecido en aquella Aljama aragonesa.
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