jueves, 19 de abril de 2012


CAP VI
Por fin había llegado a la posada.
Pasó como alma que lleva el diablo junto a mesonera, y sin hacer caso a la mujer que le preguntaba si iba a comer, corrió escaleras arriba hacia la seguridad de su habitación.
Cerró la puerta tras sí y apoyada en la misma intentó que su respiración, agitada por la carrera volviera a su cadencia normal. Una ver recuperado el resuello, Ardelia se sentó sobre la cama y depositó en ella un pergamino y una bolsa de cuero. Ese  era el contenido del Cofre, que según el Rabí, su abuelo había dejado allí, para ella hacía muchos años.
“Su abuelo”. Le sonaba muy raro que esa palabra se refiriera a algo suyo. Nunca había pensado en que tenía una familia, pero de hecho, la debía tener. Todos los seres humanos tienen, al menos, padre y madre, dos abuelas y dos abuelos, y ella no iba a ser la excepción.
Cogió la bolsa de cuero, desanudó el lazo que la cerraba y vertió su contenido encima de la cama. Una gran cantidad de monedas, todas iguales y  con un precioso brillo dorado, como si estuvieran recién sacados de la Ceca más importante del Reino, se desparramaron sobre la colcha gris. Ardelia cogió una de ellas y  reconoció de inmediato la moneda. Su Abuela le había enseñado una igual, que guardaba con celo. Era un doblón de a cuatro, o media Onza, y equivalía a cuatro escudos corrientes. Una verdadera fortuna.
La muchacha, con mano temblorosa desenrolló  el manuscrito, que en realidad eran dos diferentes, enrollados  uno sobre el otro y  que estaban lacrados con un sello en el que se adivinaba una especie de rio con dos picas o lanzas cruzadas.
A mi nieta Ardelia.
Doy gracias al altísimo por que hayas llegado a leer esta misiva, ya que es señal de que tu madre, Azalía,  ha cumplido con la palabra que me ha dado. La tristeza que me inunda en esta hora me impide contarte todo lo que deberías saber sobre tu vida. Lo importante es que cumplas  al pie de la letra con mis instrucciones. Te he dejado, custodiado por el Rabí Shalomón, una buena cantidad de oro que cubrirá tus gastos por una larga temporada. Con él, deberás viajar hasta la muy noble ciudad de Valladolid, y una vez allí, conducirte hasta la casa de Don Sancho Hernández de Lizarra, amigo nuestro y mi albacea, en el que podrás confiar ciegamente, que te protegerá, te informará de la historia de nuestra  familia y te entregará la Herencia que por derecho te pertenece. Adjunto a este documento está tu partida de bautismo  en la que apareces como hija natural mía y de Azalía Ben Shajar. Se que estás confundida, pero, cuando hables con don Sancho, él te sacará de todas las dudas que seguro ahora mismo atormentan tu alma.
Vé, hija mia, y que el Altísimo te acompañe.
Claude de Merode, Valladolid, Diciembre de  1442

Ardelia se echó hacia atrás, quedando acostada sobre la cama, mirando al techo, apabullada por el giro que los acontecimientos estaban dando a su hasta ahora triste vida. Tenía un abuelo, que constaba legalmente  como su padre, una madre Hebrea y una pequeña fortuna en su poder.  Una de sus manos  se posó encima del acúmulo de monedas, y se percató de un objeto que hasta ahora no había visto confundido entre el brillo del oro.  Lo cogió y… sí,, era un anillo.  Un Sello dorado donde lucía el mismo dibujo que lacraba el pergamino que cambió su vida. Se lo colocó en el dedo anular y vio que le venía perfecto. Ahora podía observar  mejor el dibujo del sello. Eran dos agujas enhebradas sobre un puente de piedra bajo el que corría un rio.
La muchacha se durmió sobre su pequeña fortuna, con el anillo en su dedo y el espíritu terriblemente confundido.
Despertó sobresaltada con unos golpes que sonaban en la puerta.
Ardelia, muchacha, ¿estás bien? , es hora de cenar, y todavía no has comido. Contesta, criatura o tiro la puerta abajo.
Gracias mesonera, bajo enseguida, tengo un hambre de lobo.
La joven se arregló las ropas  y el pelo  y bajó a la taberna de la posada, donde se servían  las comidas.
Ya era hora, niña, dijo mesonera poniendo delante de  Ardelia un plato de gachas  y una cuchara. No puedes  estar todo el día sin alimentarte.
¿No tendrías por ahí algo más consistente mesonera? Me apetece algo más que gachas esta noche. Dijo Ardelia rechazando el plato.
Sí claro, ¿Qué le apetece a vuecencia?¿Buey asado?¿ Capón al horno?¿O quizá faisán?. Bromeó la mesonera.
No estoy de broma, dijo muy seria Ardelia, hoy me apetece algo de carne, queso y vino.
Al ver la cara de extrañeza de la mesonera, añadió
Te lo pagaré, no te preocupes, la fortuna me ha sonreído hoy.
Veo que tu visita a la Aljama, ha sido provechosa, dijo la mesonera dirigiéndose a  la cocina. Voy a ver lo que te puedo ofrecer.
La mujer volvió con un plato de embutido y queso, pan, vino y aceitunas zajadas.
Lo siento, no tengo carne hoy, pero mañana se la encargaré al carnicero y te podré hacer un buen estofado.
Y encarga a doña Micaela la del horno algún dulce también, dijo Ardelia caprichosamente.
La mesonera sonrió. Lo que ordene vuestra Señoría, dijo haciendo una exagerada reverencia.
También necesitaré tomar a mi servicio a una doncella, que me asista y me acompañe, dijo Ardelia mientras partía un trozo de pan y  saboreaba las aceitunas, sin hacer caso del sarcasmo de la mesonera.
Mañana también me ocuparé de eso, conozco a una viuda, temerosa del Altísimo, que necesita deshacerse  de sus hijas. Demasiadas bocas que alimentar para ella sola, y la menor puede que sea  perfecta para ser tu doncella, dijo la mesonera mientras pensaba en el cambio que se había producido en Ardelia.
Ojalá que la niña sirva, por que mañana quiero ir al Zoco a comprar ropa,,,, y cintas,,, y perfumes,,,  y no debo ir sola. Dijo la muchacha con la boca llena de queso.
Vaya vaya, pensó mesonera, de ser una joven sin apenas recursos por la mañana a una acaudalada dama al caer el día. Supuso que el sello de oro que la muchacha lucía en su dedo anular, y que no le había visto antes, tendría algo que ver en el súbito cambio de su fortuna.
Cuidado niña con tanta compra, que  aunque se llene de jaeces, la mula nunca será   yegua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario