jueves, 19 de abril de 2012

Introducción


Calatayud, Reino de Aragón, finales del invierno de 1460.

La muchacha se dirigía a la taberna como todas las noches antes de ir a dormir, aunque las esperanzas de encontrar a alguien vivo y sociable en ellas eran escasas. Estaba extenuada. Era fuerte, la vida en el monte había endurecido y moldeado su cuerpo joven y dispuesto. Pero su mente no estaba educada para la obediencia y la rutina.
Si esta era la vida en la "civilización", casi prefería volver a su bosque, donde era duro subsistir, pero las órdenes las daba ella, nadie le ponía horarios, y la soledad era asumida como la norma.
Llevaba varios días en Bílbilis, la ciudad donde su abuela Leonor le había legado una humilde casita en un arrabal del centro, y no había visto ni un alma en sus calles. de vez en cuando una puerta se cerraba a su paso, o una ventana se entreabría. ¿Que pasaba en aquel pueblo? ¿Acaso tenía alguna enfermedad contagiosa y no lo sabia ?Una vez entró alguien a la taberna, que sin contestar al saludo afectuoso de Ardelia, pidió una hogaza de pan al tabernero, lo comió y salió dando un portazo y sin decir ni "allá te pudras".
Ella se habría criado en el monte, pero su abuela le había inculcado una normas elementales de educación que en aquella ciudad brillaban por su ausencia.
Una noche, un viajero entró a la taberna sacándola del sopor en el que se encontraba. Le invitó a unas jarras de vino y le contó sobre las maravillas de la ciudad de Zaragoza. Ardelia decidió entonces que antes o después dejaría aquella vida miserable y conocería la Capital del reino.
En estos pensamientos andaba cuando, al llegar a la Plaza donde se ubicaba la taberna, pudo ver luz en su interior. Con timidez empujó la puerta y vió a una dama y un caballero, con armaduras y útiles de guerra que departían alegremente.
Buenas noches tengan sus mercedes, ¿molesto?
La pareja alzó la cabeza, sorprendida
Adelante criatura, pasa sin temor.
Ustedes me perdonan, pero hace tanto que no viene nadie por aquí...
Sí, ya sabemos que es una ciudad Muuuuyyyyyy tranquila, dijo el soldado con ironía.
Ardelia estuvo charlando con el caballero y la señora que le dijeron que estaban de patrulla, despejando los caminos de malhechores.
Entonces,¿ el camino hacia Zaragoza es seguro?.
Todo lo seguro que lo pueden ser en estos tiempos. dijo el soldado. Pero una joven como tu no debería viajar sola nunca.
Me arriesgaré, en este pueblo no hay un futuro par mí. Además me arreglo bastante bien en el monte (Ardelia omitió el detalle de que había vivido allí toda su vida para que no la tomaran por una salvaje).
Entonces debes pedir permiso al Prefecto de Mariscales, para que te autorice a entrar en la Capital del Reino.
Así lo haré. Muchas gracias. Les dejo a solas para que disfruten de su mutua compañía.Vuelvo dentro de un rato.

una vez en su choza, Ardelia se dispuso a escribir, con los pocos útiles que tenía para tal fin, a la Oficina del Prefecto. Su abuela, una mujer arisca y poco afectuosa pero extrañamente cultivada, le había enseñado a leer y a escribir
Al Prefecto de Mariscales:
Mi nombre es Ardelia de Merode, natural de Calatayud y solicito permiso a vuecencia para viajar hasta la Capital del Reino, a fin de conocer sus monumentos, sus palacios y mesones, gozar de su afamada gastronomía y salir del Tedio que reina en mi lugar de nacimiento. Mi intención es conocer la ciudad y sus gentes, que estas me conozcan a mi, y si hubiera o hubiese un mutuo entendimiento establecer allí mi residencia para prosperar entre la seguridad de sus murallas.
A la espera de sus noticias, atentamente
Ardelia de Merode

Ardelia corrió otra vez a la taberna y le entregó al soldado la carta, comprometiéndose este a entregarla a su vez al Prefecto de mariscales. Se despidieron afectuosamente con la promesa de encontrarse pronto en otras tabernas mejor surtidas.

La vida seguía trascurriendo tediosa entre la Mina y las tabernas vacías, Hasta que un día, una paloma arrojó un pergamino en la puerta de la humilde casa de Ardelia.¡Era de la Prefectura¡. La joven la leyó con ansia.
Esta prefectura le concede un permiso de paso a la capital del Reino de Aragón.

Sin perder ni un segundo, Ardelia recogió sus escasas pertenencias, volvió a cerrar la casa de Calatayud y se puso en camino hacia la Capital del Reino de Aragón

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