CAPITULO III
La familia Serra, con la que había hecho el
viaje desde Calatayud sin tropiezos, continuaron su viaje hasta Huesca, dejando
a Ardelia a los pies de la Muralla que circundaba exteriormente la capital del
Reino. Era un luminoso pero frio día de Marzo
cuando Ardelia traspasó la imponente
barrera de piedra por la Puerta de Sancho. Caminó hacia la puerta Cinegia, que
daba paso a las intrincadas calles del centro de la ciudad pero antes de
atravesarla, en la Plaza de Aragón preguntó a una mujer que salía de un obrador
de pan donde podría encontrar un alojamiento adecuado para hospedarse.
Tiene que ser
adecuado pero también económico, dijo Ardelia a la matrona, que llevaba las manos y el mandil
manchados de harina.
Pues lo has dejado
atrás, dijo la
mujer poniendo los brazos en jarras, apoyándolos en sus
generosas caderas, extendió su mano en dirección a la puerta de Sancho. Allí tienes el Roble Bailarín, mejor
alojamiento no encontrarás, dile a mesonera
que vas de parte de Micaela la del Horno, que vean que tengo en buena
estima su negocio.
Muchas gracias,
doña Micaela, pierda cuidado, yo se lo diré de vuestra parte.
La muchacha volvió sobre sus pasos y vió la
posada que le había pasado desapercibida anteriormente, quizá por el ansia de
entrar en la gran capital del Reino de Aragón.
Ardelia entró en la taberna, que fue de su
agrado, Llegó a un acuerdo con la mesonera, una mujer amable y franca en cuanto
al hospedaje, y como ya era media tarde, optó por quedarse en la taberna,
departiendo con la mesonera y con los demás huéspedes. Ya tendría tiempo de
descubrir la ciudad mañana, además, estaba tan
cansada…
Al dia siguiente, después de un sueño
reparador, Ardelia estaba presta a internarse en la gran ciudad. Debía buscar
un trabajo, y no era tarea fácil para una muchacha. Se arregló lo mejor que
pudo, con un bonito brial marrón con remantes en rojo sobre su saya color
hueso, y se recogió la trenza en un moño bajo. Con la toca y el manto en la
mano bajo las escaleras dispuesta a enfrentar su nueva vida, pero la mesonera
la paró en la puerta de la posada, entregándole una misiva a su nombre.
¿Para mí? Dijo la muchacha con sorpresa.
Si tu eres Ardelia de Merode, como dijiste al
llegar, sí, alguien lo trajo a primera hora.
¿Alguien? Pero si yo no conozco a nadie en
Zaragoza. Es más, no conozco a nadie en ningún sitio.
La mesonera se encogió de hombros, Si sabes
leer, cosa que sería rara, verás que ese nombre es el que pone en el escrito.
Si sé leer, y
también sé de cuentas, dijo Ardelia, cogiendo el papel y
desenrollándolo.
La mesonera se retiró discretamente,
observando como la muchacha leía el contenido del mensaje, el color se
retiraba de las mejillas de la joven y sus ojos se abrían como platos.
Que pasa criatura,¿ malas noticias?.
No, no, sorprendentes y enigmáticas, dijo Ardelia.
Tengo que salir.
-¿Pero sin desayunar?¿ no estabas tan
hambrienta? -dijo preocupada por el estado de la dama.
Ardelia cogió un trozo de coca boba y salió rauda hacia la puerta. se detuvo en el umbral y volviéndose, preguntó.
Mesonera, ¿en que dirección está la Aljama?
La mujer, apenas le había indicado con la
mano la dirección a seguir cuando en un revuelo de paño granate, la muchacha ya
había salido por la puerta.
Siguiendo las instrucciones de la misiva,
entró en la Aljama vieja por el postigo
de San Gil, y una vez allí buscó la Sinagoga de Biqqur Holim. Los viandantes
que abarrotaban el bullicioso Zoco la
miraban sin recato y con desaprobación. Debía procurarse una compañía adecuada.
No era correcto que anduviera sola, como perro sin amo o yegua sin montura.
Pero de eso se ocuparía luego. Lo prioritario era llegar a la sinagoga y averiguar la razón de
tan enigmático mensaje.
Antes de darse cuenta, estaba ante la fachada
de la Sinagoga, con sus dos puertas gemelas de ladrillo rojo acabadas en arco
de medio punto, pero estaban cerradas a cal y canto. Un hombre con largos
ropajes negros le indicó que la vivienda del rabino era la anexa a la sinagoga,
y que lo encontraría allí.
Ardelia encontró la puerta entreabierta y la
empujó levemente al tiempo que decía,
La paz sea con los habitantes de esta casa
Y con los visitantes, dijo una voz desde el
interior, Pasa mujer, te esperaba.
Ardelia tardó unos momentos antes de que su
vista se adecuara a la oscuridad de la estancia, en contraste con la luminosidad
exterior. En la estancia había una gran mesa de madera oscura, tras la que se
sentaba un anciano en un cómodo sillón, un aparador de madera sobre el que
descansaba un bonito candelabro de siete brazos, así como otra silla más
pequeña y sencilla, dispuesta para las visitas. En la pared lateral había una
estantería con pesados y voluminosos libros.
Mi nombre es Ardelia de Merode. He recibido un mensaje diciendo que tenía
aquí una carta de mi abuelo. ¿ Es eso cierto?
Efectivamente, Cuando tuvimos conocimiento que te habías registrado en una de las posadas de la ciudad, supe que
había llegado la hora de entregarte , esto.
El hombre empujó hacia la joven un cofre de
cuero repujado que había sobre la mesa.
Esto es tuyo. Largos años ha estado esperando, sin la certeza de que alguien lo
recogiera algún día. Aquí tienes la llave que lo abre, te dejo sola y te ruego que cojas lo que contenga y te
vayas de aquí para no volver nunca más.
El Rabí, se levantó despacio acusando sus
muchos años y sin decir palabra salió de la estancia dejando sola a Ardelia, que no salía de su
asombro.
Sola en la estancia, miraba fijamente el
cofre, apreciando el delicado trabajo de repujado y filigrana que lo
adornaba. La curiosidad pudo finalmente
al miedo que la paralizaba, introdujo la llave en la cerradura y girándola
la abrió con sorprendente
facilidad. Con las dos manos alzó la
tapa superior y vió los objetos que descansaban en el interior del cofrecito.
Ardelia corrió con el contenido del cofre en las manos por toda la aljama, atravesó la puerta Cinegia y enfiló el camino de
Calatayud hasta llegar a la seguridad de
su habitación de la posada
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