jueves, 19 de abril de 2012


CAPITULO III
La familia Serra, con la que había hecho el viaje desde Calatayud sin tropiezos, continuaron su viaje hasta Huesca, dejando a Ardelia a los pies de la Muralla que circundaba exteriormente la capital del Reino. Era un luminoso pero frio día de Marzo  cuando Ardelia traspasó la  imponente barrera de piedra por la Puerta de Sancho. Caminó hacia la puerta Cinegia, que daba paso a las intrincadas calles del centro de la ciudad pero antes de atravesarla, en la Plaza de Aragón preguntó a una mujer que salía de un obrador de pan donde podría encontrar un alojamiento adecuado para hospedarse.
Tiene que ser adecuado pero también económico, dijo Ardelia a la matrona, que llevaba las manos y el mandil manchados de harina.
Pues lo has dejado atrás, dijo la mujer  poniendo los  brazos en jarras, apoyándolos en sus generosas caderas, extendió su mano en dirección a la puerta de Sancho. Allí tienes el Roble Bailarín, mejor alojamiento no encontrarás, dile a mesonera  que vas de parte de Micaela la del Horno, que vean que tengo en buena estima su negocio.
Muchas gracias, doña Micaela, pierda cuidado, yo se lo diré de vuestra parte.
La muchacha volvió sobre sus pasos y vió la posada que le había pasado desapercibida anteriormente, quizá por el ansia de entrar en la gran capital del Reino de Aragón.
Ardelia entró en la taberna, que fue de su agrado, Llegó a un acuerdo con la mesonera, una mujer amable y franca en cuanto al hospedaje, y como ya era media tarde, optó por quedarse en la taberna, departiendo con la mesonera y con los demás huéspedes. Ya tendría tiempo de descubrir la ciudad mañana, además, estaba tan  cansada…
Al dia siguiente, después de un sueño reparador, Ardelia estaba presta a internarse en la gran ciudad. Debía buscar un trabajo, y no era tarea fácil para una muchacha. Se arregló lo mejor que pudo, con un bonito brial marrón con remantes en rojo sobre su saya color hueso, y se recogió la trenza en un moño bajo. Con la toca y el manto en la mano bajo las escaleras dispuesta a enfrentar su nueva vida, pero la mesonera la paró en la puerta de la posada, entregándole una misiva a su nombre.
¿Para mí? Dijo la muchacha con sorpresa.
Si tu eres Ardelia de Merode, como dijiste al llegar, sí, alguien lo trajo a primera hora.
¿Alguien? Pero si yo no conozco a nadie en Zaragoza. Es más, no conozco a nadie en ningún sitio.
La mesonera se encogió de hombros, Si sabes leer, cosa que sería rara, verás que ese nombre es el que pone en el escrito.
Si sé leer, y  también sé de cuentas, dijo Ardelia, cogiendo el papel y desenrollándolo.
La mesonera se retiró discretamente, observando como la muchacha leía el contenido del mensaje, el color se retiraba  de las  mejillas de la joven   y sus ojos se abrían como platos.
Que pasa criatura,¿ malas noticias?.
No, no,  sorprendentes y enigmáticas, dijo Ardelia. Tengo que salir.
-¿Pero sin desayunar?¿ no estabas tan hambrienta? -dijo preocupada por el estado de la dama.
Ardelia cogió un trozo de coca boba y salió rauda hacia la puerta. se detuvo en el umbral y volviéndose, preguntó.
Mesonera, ¿en que dirección está la Aljama?
La mujer, apenas le había indicado con la mano la dirección a seguir cuando en un revuelo de paño granate, la muchacha ya había salido por la puerta.
Siguiendo las instrucciones de la misiva, entró en la Aljama vieja  por el postigo de San Gil, y una vez allí buscó la Sinagoga de Biqqur Holim. Los viandantes que abarrotaban el bullicioso Zoco  la miraban sin recato y con desaprobación. Debía procurarse una compañía adecuada. No era correcto que anduviera sola, como perro sin amo o yegua sin montura. Pero de eso se ocuparía luego. Lo prioritario era  llegar a la sinagoga y averiguar la razón de tan enigmático mensaje.

Antes de darse cuenta, estaba ante la fachada de la Sinagoga, con sus dos puertas gemelas de ladrillo rojo acabadas en arco de medio punto, pero estaban cerradas a cal y canto. Un hombre con largos ropajes negros le indicó que la vivienda del rabino era la anexa a la sinagoga, y que lo encontraría allí.
Ardelia encontró la puerta entreabierta y la empujó levemente al tiempo que decía,
La paz sea con los habitantes de esta casa
Y con los visitantes, dijo una voz desde el interior, Pasa mujer, te esperaba.
Ardelia tardó unos momentos antes de que su vista se adecuara a la oscuridad de la estancia, en contraste con la luminosidad exterior. En la estancia había una gran mesa de madera oscura, tras la que se sentaba un anciano en un cómodo sillón, un aparador de madera sobre el que descansaba un bonito candelabro de siete brazos, así como otra silla más pequeña y sencilla, dispuesta para las visitas. En la pared lateral había una estantería con pesados y voluminosos libros.
Mi nombre es Ardelia de Merode.  He recibido un mensaje diciendo que tenía aquí una carta de mi abuelo. ¿ Es eso cierto?
Efectivamente, Cuando tuvimos conocimiento  que te habías registrado  en una de las posadas de la ciudad, supe que había llegado la hora de entregarte , esto.
El hombre empujó hacia la joven un cofre de cuero repujado que había sobre la mesa.

Esto es tuyo. Largos años ha estado  esperando, sin la certeza de que alguien lo recogiera algún día. Aquí tienes la llave que lo abre, te dejo sola  y te ruego que cojas lo que contenga y te vayas de aquí para no volver nunca más.
El Rabí, se levantó despacio acusando sus muchos años y sin decir palabra salió de la estancia  dejando sola a Ardelia, que no salía de su asombro.
Sola en la estancia, miraba fijamente el cofre, apreciando el delicado trabajo de repujado y filigrana que lo adornaba.  La curiosidad pudo finalmente al miedo que la paralizaba, introdujo la llave en la cerradura y girándola la  abrió con sorprendente facilidad.  Con las dos manos alzó la tapa superior y vió los objetos que descansaban en el interior del cofrecito.
Ardelia corrió con el contenido del cofre  en las manos por toda la aljama, atravesó  la puerta Cinegia y enfiló el camino de Calatayud  hasta llegar a la seguridad de su habitación de la posada

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